El Bueno. Reducir la pobreza, mejorar el salario mínimo, nacionalizar el litio, generar más electricidad, desafiar al racismo y al clasismo (esos narcisismos colectivos y rencorosos), entre otras posturas anticapitalistas, a más de uno le (nos) restituyó la dignidad, un valor que no tiene precio y al que anteriores gobiernos ofendieron al tratarlo como medio y no como un fin. El Bueno también politizó a tirios y troyanos, cobró impuestos a los grandes evasores, construyó dos trenes y un aeropuerto, sorteó la pandemia contra todo pronóstico, redujo la injerencia estadounidense e hizo un largo etcétera que el oficialismo se encargará de divulgar para santificarlo.
El AMLO. Nato ajedrecista político, se preparó para la guerra civil de narrativas y, durante seis años, usó sus conferencias matutinas para desarticular relatos falsos y catastróficos, diluir información que le era negativa, imponer la épica gubernamental, defenderse de las calumnias o confrontar a sus adversarios políticos con golpes de realidad, ofensas y encuestas de popularidad. Desde la tribuna de Palacio Nacional, El AMLO polemizó con la prensa hegemónica y ensalzó al periodismo afín. Abrigó a sus cercanos, justificó lo injustificable, candidateó a Xóchitl Gálvez, apoyó a sus ‘corcholatas’, divirtió a sus seguidores, desnudó a la derecha, rivalizó con la clase media progre-neoliberal, peleó con las ONG’s, falseó datos, reveló información, apeló a la disfuncional familia mexicana, recopiló un playlist y hasta regañó a los narcos.
Ese AMLO también elevó el presupuesto militar para evitar un golpe de Estado. Echó a la DEA de México. Aceptó las condiciones migratorias de Trump. Encantó a un senil Biden. Liberó, recapturó y extraditó a Ovidio Guzmán. Dejó que los narcos se autogestionaran. Aguantó la negra campaña de #Narcopresidente. No entendió el machismo. Rivalizó con el movimiento feminista. Salvó a más de un gobernador que fue insultado en eventos públicos. Declaró la guerra a las farmacéuticas. No logró su cruzada anticorrupción. Convino con Carlos Slim para reconstruir la Línea 12. Desfondó al PRIAN y dividió a MC. Blanqueó malas reputaciones. Condecoró a Cienfuegos. No se metió con Peña Nieto ni con su grupo. Nos recordó quién es Felipe Calderón. No le explotó ninguna crisis económica. Aprovechó que la oposición postuló a toda una caterva de rufianes a cargos públicos para sacar las reformas al Poder Judicial y a la Guardia Nacional. Y, entre otras contradicciones y epopeyas, creó un movimiento integrado por diferentes ideologías que en 10 años ya gobierna casi todo el país, con un costo fuerte para la izquierda.
El Feo. Prometió resolver la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Por eso, una década después del crimen, los padres de los estudiantes protestan y marchan: porque El Feo no les cumplió. A El Feo también le faltó empatía con las víctimas de la violencia. Seguro sus odiadores buscarán hasta en otro planeta con tal de satanizarlo.
Somos un coctel de personalidades y el presidente López Obrador no ha sido la excepción. La historia, ya lo ha dicho, se encargará de juzgarlo.
POR ALEJANDRO ALMAZÁN
COLABORADOR
@ELALEXALMAZAN
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