A la espera de sus consecuencias, malísimas, poco queda por decir del modo en que el chairismo gobernante se las arregló para sacar la llamada reforma del poder judicial, que por supuesto no es una reforma sino un cuartelazo. Conviene, sin embargo, poner el acento en la manera descaradamente gangsteril con que éste se desenvolvió.
En efecto, usar a las fiscalías para meterle presión a los opositores no es un invento de la 4T. Se hacía en los tiempos neoliberales, cuando las fiscalías se llamaban procuradurías, como se hace ahora.
En efecto, tampoco el viejo PRI se tentaba el corazón a la hora no ya de pactar, sino de cobijar a impresentables como lo hicieron Morena y sus aliados con los Yunes. Digo: don Yunes pasó por las administraciones del tricolor como, hay que decirlo, el PAN no tuvo empacho en compadrearlo.
Lo que es nuevo, según se ha repetido, es el alarde. ¿Han escuchado en la sobremesa, o en las barras de opinión de la TV y el radio, lo de que estamos de vuelta en el priismo ultramontano, el de los tiempos del carro completo y las fuerzas vivas en torno a la figura providencial del señor presidente, caudillo de caudillos? Bueno, ojalá. Incluso en los días del lópez-portillismo menos pudoroso, aquel de los policías mega corruptos y los elefantes blancos que, por sus dimensiones, más bien eran mamuts, el oficialismo se esforzaba en mantener un barniz de modales y necesaria hipocresía.
Hablo incluso de Durazo, ¿eh? No de los blandengues con vocación socialdemócrata y cuenta de banco de dictador caribeño. Priistas hardcore, pues.
No es poco. Molestarte en respetar ciertas maneras implica una forma, aunque sea la más pinchita, de entender que tienes que convivir con la oposición. Con el otro. Eso se acabó.
El alarde que hicieron los hombres del presidente, todos, que –lo vio bien Ana Laura Magaloni, y habría que atender más a esa evidencia– entró de lleno en los terrenos de la humillación, es un mensaje contundente: no tenemos por qué disimular; somos, ya y para los siglos de los siglos, los dueños del changarro. No hay cuentas que rendir; no hay y no habrá quien nos pare, quien nos respingue. Háganle como quieran.
Escuché el otro día a algún comentarista, razonablemente permeado de pesimismo, abrir esta interrogante: falta ver, dijo, si ese estilo grosero y cínico, con cinismo del feo por supuesto, del sin gracia, será la tónica del sexenio o es algo coyuntural, un impulso activado por la situación que se verá atenuado con el ejercicio del poder.
Mi consejo al colega es: no le apuestes a la segunda posibilidad. La beligerancia abierta, como hemos visto, le funcionó muy bien a los ganadores durante seis años. Sin contrapesos, ¿por qué habrían de privarse del placer del bullying? Me temo que viene la era de la extorsión sin contención.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
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