Hace unas semanas estaba sentada en el pasto del parque Plaza Río de Janeiro en la Av.Pocuro de Santiago de Chile, después de trotar 2.50k en la ciclovía familiar que hacen todos los domingos, -por cierto, una sorpresa hermosa la que me llevé al mirar a una ciudad sana, disfrutando estar afuera lejana de la influencia global de una cultura ulterior natural-. De pronto escuché la voz de dos niños jugando detrás de mí, tendrían unos 7 u 8 años, uno de ellos trepado en un árbol le decía al otro: -“Ven, sígueme vamos a pelear”-, el otro niño mirándole desde abajo con cara de extrañeza replicó: -“Pero, ¿qué no éramos un solo reino?”-, a lo que el otro niño trepado en el árbol aclaró: -“No, pero nos separamos”-, y entonces el chaparrito que debió haber sido un año menor le respondió aún más asombrado y sonriendo: -“Pero, ¿porqué?”-, para mi sorpresa la respuesta inmediata: -“Porque somos codiciosos”-. Ambos corrieron después hacia el otro lado del parque emulando que llevaban espadas en las manos.
La escena provocó una sonrisa maquiavélica en mí y al mismo tiempo un poco de tristeza. Había encontrado la respuesta en un juego de niños a los problemas actuales del mundo. La codicia del ser humano es lo que nos ha llevado a un momento histórico de polarizaciones masivas, divisiones de opiniones y posturas agresivas y conflictos con infinidad de juicios replicados en las redes sociales; acompañados por supuesto de relaciones humanas subsecuentemente complejas, donde la individualidad reina por sobre la unión y la comunidad.
Creer tener la respuesta a los problemas del mundo, desde una postura donde los otros son el problema, es un mal de nuestros tiempos. Probablemente un fenómeno usual en medio del caos como respuesta de supervivencia. Imponer una idea sobre otra es la manera también de evolucionar e innovar, hay que cuestionar el status quo. Bajo dicha paradoja la comunicación juega un papel crucial, -empezando por la interna-, reconocer lo que somos tal como esos niños sería un gran paso al frente, pero seguimos contándonos historias de bondad y filantropía mientras la polarización aumenta. A la descripción de codiciosos de los niños, yo agregaría que somos narcisistas, ambiciosos, burócratas e insaciables en muchos casos, hemos perdido nuestra humanidad. Y hemos sido buenos promocionando ese estilo como el ideal, aplaudiendo a acumuladores y personajes banales como parte de nuestra cultura. La codicia por sobre la empatía y la comunidad, solo falta voltear alrededor para comprobarlo. Lo triste es que ya no es un juego de niños, sino una realidad aplastante e incómoda. Tan incómoda que ojalá nos haga cambiar, porque sino todos podemos perder.
Por: Mónica Castelazo
Gerente Sr. Asuntos Corporativos y Comunicación Teva Pharma México.
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