Columna Invitada

El espíritu libertario de Rosario Castellanos

Rosario Alicia Castellanos Figueroa cumplió medio siglo de su deceso y ello demanda una mínima reflexión sobre la importancia de su trayectoria y obra

El espíritu libertario de Rosario Castellanos
Luis Ignacio Sáinz / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Foto: Especial

Rosario Alicia Castellanos Figueroa (Ciudad de México; 25 de mayo de 1925-Tel Aviv, Israel; 7 de agosto de 1974), cumplió medio siglo de su deceso y ello demanda una mínima reflexión sobre la importancia de su trayectoria y obra. Así, tres vertientes destacan a lo largo de su vida; las de ser escritora, periodista y diplomática. De trascendencia indiscutible, aunque espere todavía su pleno reconocimiento, de la misma manera que acontece con Elena Garro e Inés Arredondo. 

Comprometida con la defensa de los derechos de las mujeres y las causas de los pueblos originarios. Premio Xavier Villaurrutia 1960 por el libro de cuentos Ciudad Real (1960), antigua denominación de San Cristóbal de las Casas. Chiapaneca de familia comiteca, de la estirpe de Belisario Domínguez, cuidada y educada por su nana Rufina quien la acercó al mundo indígena.

Maestra en filosofía por la UNAM. Mantuvo vínculos cercanos con Ernesto Cardenal, Jaime Sabines, Augusto Monterroso y Ricardo Guerra, con quien se casó y procreó un hijo, Gabriel Guerra Castellanos (1961), politólogo y diplomático. Estudio estética en Madrid (1950-1951) y después sería docente en la propia UNAM y las universidades de Wisconsin, Indiana, Colorado y Jerusalén. Editorialista del periódico Excélsior. Siempre colaboradora cercana del Instituto Nacional Indigenista, habiendo dirigido el Teatro Guiñol del Centro Coordinador Tseltal-Tsotsil. 

De sus libros destacan por género, en poesía: “Trayectoria del polvo” (1948) y “Poesía no eres tú: obra poética, 1948-1971” (1972); en teatro: “Tablero de damas, pieza en un acto” (1952) y “El eterno femenino” (1975); en novela: “Balún Canán” (1957), “Oficio de tinieblas” (1962) y “Rito de iniciación” (1996, póstuma); en ensayo: “Sobre cultura femenina” (1950) y “Mujer que sabe latín” (1973).

En mi opinión es una poeta de la misma importancia de los creadores de “Contemporáneos”, sobre todo en la tradición de filiación francesa del poema largo (Paul Valéry y “El cementerio marino”, 1920). Así, su “Lamentación de Dido” (1953 no le pide nada a “Canto a un dios mineral” de Jorge Cuesta, “Simbad el varado” de Gilberto Owen o “Muerte sin fin” de José Gorostiza.

Les comparto sólo dos fragmentos de este monumento literario sin parangón, una estrofa y el canto desgarrador del final: “Pero no dilapidé mi lealtad. La atesoraba para el tiempo de las lamentaciones, para cuando los cuervos aletean encima de los tejados y mancillan la transparencia del cielo con su graznido fúnebre; para cuando la desgracia entra por la puerta principal de las mansiones y se la recibe con el mismo respeto que a una reina”. (...) “He aquí que al volver ya no me reconozco.

Llego a mi casa y la encuentro arrasada por las furias. Ando por los caminos sin más vestidura para cubrirme que el velo arrebatado a la vergüenza; sin otro cíngulo que el de la desesperación para apretar mis sienes. Y, monótona zumbadora, la demencia me persigue con su aguijón de tábano. / Mis amigos me miran al través de sus lágrimas; mis deudos vuelven el rostro hacia otra parte.

Porque la desgracia es espectáculo que algunos no deben contemplar. / Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte. Porque el dolor ¿y qué otra cosa soy más que dolor? me ha hecho eterna”.

Amor lujurioso y desventurado entre Dido, la reina de Cartago, y Eneas, el soldado troyano; cuyos descendientes Rómulo y Remo fundarían Roma. Historia cantada por Virgilio en la “Eneida”. Dante Alighieri en “La Divina Comedia” recupera el doloroso trance y la condena al segundo círculo del Infierno, el de la Lujuria, entre El Limbo y La Gula. (Siendo el peor de todos, el noveno, La Traición).

Y tan desgarradora historia pareciera simbolizar el sino desafortunado en los asuntos del corazón con Ricardo Guerra, símbolo tortuoso de la infidelidad.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ  

COLABORADOR  

SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM 

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