Francia rompió el molde y por primera vez en las olimpiadas contemporáneas la ceremonia de apertura se vivió fuera de los muros de un recinto deportivo y tomó las calles de la Ciudad de la Luz. Otra novedad se anotaron los franceses para la apertura de la justa deportiva: los atletas fueron los protagonistas. Desde el Puente de Austerlitz hasta la Torre Eiffel, 85 barcos con 6,800 atletas de 205 delegaciones, navegaron por el Sena mientras a su alrededor las multitudes inundaban el espacio parisino en una celebración al deporte y la fraternidad. Un hecho excepcional y necesario para una época como esta.
Esta ceremonia fue significativa por muchas razones y quiero exponer algunas de ellas.
El valor e importancia de los atletas
Irónicamente, en un evento deportivo como este, las inauguraciones pocas veces habían situado a los competidores en el centro. Me parece sumamente relevante que esto haya sucedido así porque los Juegos Olímpicos son, precisamente, una competición deportiva, y los atletas que participan en ella se someten a una rutina y estilos de vida extremos para alcanzar la excelencia y calificar al máximo evento de sus vidas.
El hecho de que hayan sido ellos quienes abrieran la ceremonia me pareció un enorme gesto en reconocimiento a su disciplina y perseverancia.
La apropiación del espacio público
Quedé alucinado al ver cómo los alrededores del icónico Río Sena se llenaban de música, pirotecnia, luces, algarabía y celebración. Y es que, con París como escenario para tal evento ¿acaso podía ser de otra manera? No es posible. Cualquier acontecimiento que suceda ahí simplemente no puede hacerla a un lado, la ciudad toma protagonismo por derecho propio, no necesita pedir permiso, irrumpe. Y eso fue lo que sucedió el pasado 25 de julio. Ni siquiera la lluvia redujo el entusiasmo.
La imagen de las embarcaciones tripuladas por personas de todo el mundo que pese a hablar lenguas distintas y vivir realidades a veces opuestas, se habían reunido ahí, camino a un mismo destino, me pareció de un poder simbólico excepcional. Esa imagen fue poesía, nostalgia: recuerdo de un tiempo pasado, ese tiempo casi bucólico, añejo y hasta rural, en el que la vida pública de las sociedades se daba a la orilla del río.
Más de 300 mil personas atestiguaron el inicio de los Juegos Olímpicos. A la orilla del Sena, en los balcones y azoteas de sus casas, en las calles, en los puentes. La ciudad entera viviendo la fiesta olímpica.
Desde la Casa de la Moneda, La Conciergerie, El Ayuntamiento, I’ll de la Cité y las primeras campanadas de Notre-Dame después del fatídico incendio que mancilló sus muros en 2020, Francia hizo un repaso de su historia y de los hitos que en los últimos 300 años la han convertido en un faro de libertad y progresismo en todo el mundo.
Sus calles, sus edificios, sus monumentos, la esencia misma de Francia y de París que han escrito la historia de las naciones modernas. Ese legado no podía montarse en un templete de hierro con pantallas y parafernalia. Tenía que vivirse en los muros de piedra y en las aguas del Sena, protagonistas y herederas de la historia misma de esa ciudad, de Francia y Occidente.
Hace unos meses Francia le demostró al mundo por qué sigue siendo un faro de libertad. El pasado viernes nos volvió a recordar por qué no piensa dejar de serlo.
POR JAVIER GARCÍA BEJOS
COLABORADOR
@JGARCIABEJOS
MAAZ