Mao Zedong es un personaje imprescindible en la historia mundial del siglo XX y puede ser calificado desde dictador hasta el arquitecto de la nueva era de la República Popular de China –como debe ser para cualquier personaje histórico de los cuales estamos mal acostumbrados a endiosar o a satanizar, sin comprender que, como cualquier individuo, son seres de blanco/oscuros–.
Sin embargo, debe reconocerse que la obtención, la acumulación y, sobre todo, la permanencia en el poder político deriva tarde que temprano en el envilecimiento de quienes lo ostentan. Y Mao no fue la excepción.
En la puesta en práctica de la ideología maoísta pugnada por su propio hacedor afirmaba que habría que eliminar cuatro plagas que detenían o impedían el desarrollo agrícola chino: moscas, mosquitos y roedores –sin duda–. Pero la cuarta plaga sorprende a cualquiera: ¡los gorriones! Sí, como lo observa el lector con sorpresa: esos pajarillos tan comunes que abundan en todo el mundo eran considerados por Mao como una plaga bíblica –guardadas las distancias ideológicas y religiosas de Occidente con China–.
Un intelectual del calibre de Mao consideraba a los gorriones como una especie perniciosa que acababa con los cultivos. Los extinguió de la manera más ocurrente y sádica: por cansancio. Pero ¿cómo fue esto? Hordas de chinos hacían zumbar toda clase de cosas de tal modo que los gorriones no pararan de revolotear hasta que, exhaustos, eran atrapados e insertados por medio de una aguja con hilo en terribles collares de gorriones muertos.
Uno podría pensar que, como dictador que era Mao, era una simple ocurrencia, una especie de “locura del emperador”. El impacto medioambiental, sin embargo, provoco una de las hambrunas más graves y mortales en la historia humana. Al desparecer un eslabón de la cadena alimenticia, los verdaderos depredadores de los cultivo –tales como insectos y, sobre todo, langostas– diezmaron la producción agrícola entre 1959 y 1961 con un balance terrible: entre 15 y hasta 55 millones de muertos por hambre.
Por supuesto, la ocurrente idea de Mao era parte del programa ideológico conocido como “el Gran Salto Adelante”. Claro está que, no se le puede echar toda la culpa al sueño peregrino de matar a los gorriones; muchos otros factores –como estrategias de producción erradas– allanaron el camino a la hambruna.
Bien vale preguntar ¿cómo reaccionó el pueblo chino ante tal desastre? En la estulticia que caracteriza al ser humano –por temor, ignorancia o conveniencia– la política del líder fue respaldada mediante otro ataque a la cordura: la Revolución Cultural.
Un ejemplo histórico de cómo la dogmatización sin reproche y sin cuestionamientos de ideas o necedades provenientes de un dirigente pueden resultar, no sólo en un fracaso, sino en una tragedia.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN
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