Si los resultados de las elecciones del 2 de junio se interpretan como un referéndum, con una votación mayoritaria por la continuidad, el mandato del pueblo sería que nada cambie y el margen de maniobra para las autoridades electas se reduce a cero.
Durante los últimos días hemos visto una lucha soterrada entre quienes tratan de imponer la visión y agenda del presidente López Obrador, líder indiscutible de la llamada cuarta transformación; y los incondicionales a la virtual presidenta electa, buscando impulsar modificaciones a la ruta trazada.
Hasta ahora los empeños de los operadores de Claudia Sheinbaum has sido infructuosos ante el despliegue de poder del presidente, asfixiante de forma y de fondo.
El abrazo y el beso presidencial a las puertas de palacio, en lenguaje no verbal, fue una señal de control, fue lo más parecido a la nueva versión del “aquí mando yo”. Las giras conjuntas por los estados, calificadas de históricas, han sido un alarde de fuerza para dejar clara la dependencia territorial de la elegida, al mandatario en turno.
Por si quedara alguna duda, la reunión en palacio para platicar de la agenda y del gabinete dejó ver el ánimo meta sexenal del presidente y enseñó, para quien quiera ver, donde está el verdadero bastón de mando.
A pesar de algunas señales -enviadas desde la oficina de transición- para procesar los temas más álgidos de la agenda, buscando responder al nerviosismo de los mercados internacionales y garantizar la estabilidad macroeconómica y política que necesita el país, la declaración presidencial acabó imponiendo la reforma al sistema de justicia en la agenda inmediata de la próxima legislatura.
Con encuestas a modo, la narrativa oficial difunde que la gente votó por la aprobación del plan C y que la reforma judicial va para adelante, sin ninguna consideración a las estimaciones y a la agenda del próximo gobierno.
Las primeras noticias sobre el próximo gabinete no son mejores. Luego de endilgarle a sus hijos para que sean considerados en las tareas del gobierno, el presidente ha dejado sentir su influencia para imponer a sus incondicionales en áreas sensibles de la administración pública, lo que reducirá aún más el margen de operación de la presidenta electa.
Quienes respaldan estas maniobras, afirman que es la forma de garantizar la continuidad de la cuarta transformación; lo que no dicen, es que esta disputa pone en entre dicho la lealtad personal e institucional de los próximos servidores públicos.
Ante estas señales, consecuentes con la imposición de un cambio de régimen, conviene recordar las graves consecuencias que estas presiones y pretensiones han traído a lo largo de nuestra historia. Por lo pronto, conviene releer a Luis Spota, y recordar las horas sin fin de “El primer día”, por si alguien olvida que la naturaleza humana, sale al encuentro de quienes luchan por el poder.
Por el bien del país, es deseable que prevalezca el orden y la secuencia constitucional en la sucesión presidencial que, por lo que se ve, tendrá que transitar por zonas de poco oxígeno y prácticamente sin margen de maniobra.
POR MARCO ADAME
ANALISTA Y CONSULTOR POLÍTICO
EEZ