La concordia y tranquilidad entre los súbditos es la conformidad, paz y benevolencia mutua entre sí y con su magistrado, sin aversiones y odios mutuos, para conservación del estado público. Esta es sumamente necesaria en la república.
Johannes Althusius: “La política”, 1603/1614.
Calificado por uno de sus principales divulgadores, C.J. Friedrich, como “el más profundo de los calvinistas”, lo que significa que a la severidad de la doctrina sumaba el ejercicio irrestricto de los principios en la práctica de gobierno. Compromiso y vocación que buena falta nos hacen en nuestra realidad política, marcada por la banalidad, el oportunismo y la corrupción, por obra y omisión. Añade el pensador: “Nada mejor para la república que la unión. Nada más pernicioso que la división”. Pareciera pensar en nosotros.
En efecto, hemos sustituido el debate por el intercambio pueril de adjetivos y acusaciones. Ningún tópico se razona, ningún acontecimiento se revisa y cuestiona, los protagonistas de la contienda presidencial predican desde el púlpito del poder secular del Estado y sus instituciones, degradándolo. Todos los implicados desean convencernos que son los auténticos destinatarios de “la buena nueva”, los ejecutores de “la profecía liberadora”, los elixires del cambio o la transformación, a según se ubiquen en el espectro ideológico.
Althusius o Altusio fungió de síndico en Emden (Frisia oriental, Baja Sajonia) entre 1604 y 1638, una de las ciudades-Estado a lo largo del mar Báltico que integraron la Liga Hanseática y que gozó del favor holandés hasta que fuese forzada su integración a Prusia en 1744. En el cumplimiento de sus funciones se destacó como el federalista más radical y el defensor a ultranza de la soberanía popular de su tiempo. Jurista, teólogo y filósofo habilitado en las universidades de Colonia y Basilea. A diferencia de Jean Bodin que concede potestad absoluta y omnímoda al rey de Francia, fundamento del centralismo que hace del monarca el origen y destino del poder, los gobernantes de la república rinden cuentas de su actuación y están bajo escrutinio permanente de los éforos (en griego “aquellos que supervisan”), son guardianes de la salud pública.
No olvidemos nunca la sentencia del bereber Agustín de Tagaste, el doctor de la Gracia, en “La ciudad de Dios”: “Quitada la justicia, nada son los reinos sino grandes latrocinios”. Eco del juicio del Estagirita, pues Aristóteles en “Política” declara: “No está el príncipe sobre las leyes, sino las leyes sobre el príncipe; es característica de un muy buen príncipe querer vivir con lo prescrito por buenas leyes”. De modo que toda norma jurídica tiende a expresar el genio de su tiempo, lo que demanda su actualización permanente. Permitir, o peor aún anhelar, que envejezcan los lineamientos que rigen las conductas ciudadanas y las obligaciones estatales (gubernamentales, judiciales y legislativas) pone en riesgo el desarrollo en armonía de “la cosa pública”. En favor del derecho soberano del pueblo y contra el libertinaje del tirano.
No olvidemos que todo ser humano adolece de insuficiencia congénita, es incapaz de resolver en soledad aquello que está destinado a la intervención colectiva. Frente al proceso electoral 2024, en sus niveles federal y locales, no lo debemos olvidar: somos en los otros, los necesitamos, requerimos operar en comunidad, al modo de un actor racional unificado. Tras el resultado del 2 de junio deberemos reconocer en el otro a un interlocutor, construir con él, aceptarlo y respetarlo en su particularidad, jamás en calidad de adversario o enemigo. Pesos y contrapesos, concurrencia, interacción con los demás. Existir en espejo. Unión.
POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
PAL