En medio del bullicio de promesas vacías y eslóganes políticos desgastados, es tiempo de abrir un diálogo serio sobre el futuro de nuestra sociedad. Las campañas presidenciales y locales parecen seguir un guión predecible: seguridad, economía y salud. Pero, ¿dónde queda otra de las verdaderas semillas del progreso? Nadie lo menciona y su importancia trasciende generaciones.
La respuesta radica en dos pilares fundamentales: educación y deporte. Anteriormente he mencionado la relevancia que esto tiene en la creación de empleos, el apoyo a la sociedad y es que estos no son solo adornos bonitos en el escenario del futuro del país, sino cimientos sólidos sobre los que construir un futuro vibrante y próspero.
Históricamente hemos visto cómo grandes eventos deportivos han unido naciones, han creado empleos y han transformado comunidades enteras, los cuales han servido de inspiración para que, en el futuro, los eventos deportivos y la comunidad estén cada vez más comprometidos y con mayor participación activa.
¿Recuerdan los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992? Más allá de las medallas y récords, este evento marcó un antes y un después para España. La inversión en infraestructura deportiva no sólo impulsó el turismo y la economía local, sino que también inspiró a toda una generación a perseguir sus sueños atléticos y más allá.
Se construyeron escuelas, se crearon oportunidades de empleo y se fomentó el espíritu de superación en cada rincón del país. Ha sido sin duda uno de los grandes eventos deportivos de la historia reciente.
Lo mismo se puede decir del Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010. Más allá del juego en el campo, este evento fue un catalizador de cambio social y económico, algo que no se veía desde el mundial de rugby de 1995 donde una nación que se percibía dividida, se unió ante el sueño de los Springboks (la selección sudafricana de rugby) para convertirse en campeones ante la imponente Nueva Zelanda y sus All Blacks. Las inversiones en estadios y transporte no solo fueron un gasto temporal, sino una inversión consciente a largo plazo en el futuro del país. Generó empleos, mejoró la infraestructura y dejó un legado tangible para las generaciones venideras.
Es hora de que nuestros líderes políticos miren más allá de los titulares fáciles y aborden los problemas de raíz. Invertir en educación y deporte no es un gasto, es una inversión en el futuro de nuestra nación.
No se trata solo de construir más escuelas y campos deportivos, sino de cultivar mentes y cuerpos fuertes que impulsen el desarrollo y la innovación en todas las esferas de la sociedad acompañados de disciplina y motivación para superarse a través del conocimiento y todo aquello que el deporte brinda.
Imaginen un país donde cada niño tenga acceso a una educación de calidad y a oportunidades deportivas. Un país donde el talento y el esfuerzo sean recompensados, donde la salud y el bienestar sean prioridades. Ese es el país hacia el que debemos dirigirnos, y el camino comienza con una inversión decidida en educación y deporte. Comienza con un proyecto hacia el futuro, que no sólo sea una promesa de campaña en estas elecciones del 2 de junio del 2024, sino una realidad que trascienda el periodo gubernamental.
Es hora de que exijamos a Claudia Sheinbaum Pardo, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez aspirantes a la Presidencia de la República, así como a los candidatos a cargos de representación, los que irán a los congresos locales y a las Cámaras del Congreso de la Unión, a que piensen en grande y actúen con valentía.
Basta ya de que se pretenda construir el futuro de nuestra sociedad con promesas vacías, casi ocurrencias muchas de ellas; se requieren acciones concretas y compromiso real. Invertir en educación y deporte no es una opción, es una necesidad urgente si queremos forjar un país próspero y justo para las generaciones venideras, que son las que están en juego.
POR DIEGO SÁNCHEZ GONZÁLEZ ‘SAGO’
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