Comencemos diciendo que un estado de ánimo tiene que ver con la acción de sentir tristeza, culpa, miedo, enojo, alegría, etc. y que esa acción es motivada y/o impulsada por un pensamiento, evento, circunstancia, persona, etc. Pudiendo experimentar la sensación de la emoción en turno, durante unos minutos, horas o días, cuando el estado de ánimo se mantiene seis meses o más, se considera parte del temperamento, hay estudios epigenéticos que indican que experimentar habitualmente un estado de ánimo, provoca cambios en nuestro organismo (por ejemplo: una depresión). Debido a que, para poder experimentar estas emociones nuestro cerebro envía órdenes a diversos órganos, encargados de segregar neurotransmisores específicos que nos ayudan a afrontar cada una de las vivencias del día a día. Sin embargo, algunas experiencias no solo necesitan ser vividas, si no que requieren ser asimiladas y aceptadas tal y como son, cuando no damos estos últimos pasos y no logramos soltar, lo que estamos haciendo es frustrar, por lo que se reactiva el proceso, como si estuviese sucediendo en nuestro aquí y ahora.
Sentir tristeza porque algo no salió como esperábamos o porque perdimos a un ser querido, enojo porque terminó una relación importante, culpa porque no hicimos lo que consideramos correcto, miedo por un suceso inesperado, es normal y/o adecuado, pues cada emoción tiene la función de ayudarnos a identificar las necesidades y movilizar el cuerpo para buscar la alternativa que de satisfacción.
Considera que una emoción no se presenta de manera aislada, si no que esta entrelazada de eventos, circunstancias, significados, pensamientos, personas involucradas. Por lo que a veces, se complica permitirse sentirlas, lo que paradójicamente nos lleva a mantenerlas en repetición constante; haciéndolo a través de la activación de la imaginación, la memoria y los recuerdos.
Por ejemplo:
La muerte de un ser querido, después de una larga convalecencia.
Durante la etapa de cuidados hacia nuestro familiar, pudimos sentir fastidio, cansancio, que expresamos con distanciamiento, desgano y en algunos momentos, hasta con palabras hirientes o de reproche. Sin embargo, a la muerte de dicha persona, cada vez que pensamos en ella, se activa la ansiedad, seguida de la emoción de culpa y pensamientos acusatorios con los que nos castigamos por no haber sido lo suficientemente buenos y amorosos cuando nos necesitó.
Para soltar las emociones y prevenir una posible depresión, requerimos aceptar y experimentar la incomodidad que causen, impulsando así acciones que nos ayuden a reparar, (Perdonarnos). Cuando nuestro familiar se ha ido, esto a veces se complica. En estos casos, podríamos apoyarnos del acompañamiento de un psicoterapeuta que nos ayude a expresar cada una de las emociones y pensamientos con el objetivo de lograr ofrecernos comprensión.
POR MARÍA ISABEL ROMERO LÓPEZ
MAESTRA EN PSICOLOGÍA CLÍNICA INTEGRATIVA
COLUMNA: ENCUENTRO CONTIGO
PAL