Columna Invitada

El último round

Nunca entendí el entusiasmo de mi padre aquella noche frente al televisor mientras veía caer a su héroe. Yo sólo observé a un boxeador que no debió subirse nunca al ring

El último round
Daniel Francisco / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

El último round es el más difícil, los minutos en los que se decide resistir hasta el campanazo definitivo o aceptar la derrota. Tirar la toalla no es tan sencillo. 

Nunca entendí el entusiasmo de mi padre aquella noche frente al televisor mientras veía caer a su héroe. Yo sólo observé a un boxeador que no debió subirse nunca al ring. En su última batalla en 1988, Rubén Olivares (El Púas) fue humillado. Su cuerpo visitó la lona en varias ocasiones, y las últimas imágenes que vienen a mi mente, son las de un gladiador aferrándose a las cuerdas, a la espera del conteo funesto, del fin. 

Años después, la imagen de ese Quetzalcóatl mirándose al espejo, descubriendo las grietas paralizantes en su rostro, se reforzó con la lectura del libro de Ricardo Garibay (Las glorias del gran Púas). El escritor hidalguense trazó en su texto viñetas de alcoholismo y decadencia. 

Las audiencias siempre sueñan con la inmortalidad de sus ídolos, los quieren siempre vitales, eternos. Y los regresos se convierten en una pesadilla para quienes se aferran a sus delirios. 

Hace unos días, 65 millones de personas vieron al ex boxeador Myke Tyson de 58 años pelear contra un “influencer”, al que le doblaba la edad. No fue un homenaje al personaje de Rocky, no vimos a ningún ave fénix renacer de sus cenizas. Ese boxeador que un día fue imbatible, terminó siendo un espectáculo más de las insaciables tribus mediáticas.  

David Remnick escribió en su libro Rey del mundo. Muhammad Alí y el nacimiento de un héroe americano sobre las tribulaciones de los héroes con una gloria temporal, abrumados por esa sombra que está siempre presente: la derrota, la caída, la humillación, la ruina económica. 

Floyd Patterson, señala Remnick, “estaba convencido de que los boxeadores siempre tienen miedo, especialmente los situados en el más alto nivel del escalafón. ‘Lo que nos asusta no es que nos hagan daño, sino perder. Perder entre las ocho cuerdas no es lo mismo’”. 

Y más adelante, el editor de The New Yorker fija las reglas de este deporte: “El boxeo nunca ha sido un deporte de clase media: es un juego para pobres, para jugadores de máquinas tragaperras, para unos chicos que lo juegan todo a cara o cruz, que ponen en peligro su salud a cambio de una probabilidad infinitesimal de riqueza y de gloria”. 

POR DANIEL FRANCISCO
SUBDIRECTOR DE GACETA UNAM
@DFMARTINEZ74
 

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