Hiel y Miel

¿Podemos ser iguales?

También una incapacidad estructural de disminuir las desigualdades de una manera sólida

¿Podemos ser iguales?
Tere Vale / Hiel y Miel / Opinión El Heraldo de México Foto: Heraldo de México

En el siglo XXI, muchas democracias, incluidas las latinoamericanas, han sufrido profundos cambios. La deuda social que se tiene con buena parte de la población ha generado transformaciones de relevancia política que plantean nuevos desafíos a los sistemas democráticos.

La democracia se basa, entre otros elementos, en la celebración de elecciones transparentes, lo que se ha traducido en el libre juego de los partidos políticos y congresos, consolidado la impartición de justicia y las instituciones gubernamentales, pero no ha podido disminuir el grave problema de la desigualdad.

En los primeros años de este siglo, México ha experimentado esta misma situación: procesos electorales transparentes con una buena participación de la ciudadanía, pero que se acompañaron con rasgos autoritarios de los gobiernos, alta corrupción y, por lo tanto, un enorme desprestigio de los partidos políticos y las administraciones públicas. También una incapacidad estructural de disminuir las desigualdades de una manera sólida.

Reducir las desigualdades significa atender no solo una mejor distribución de la riqueza, sino implementar políticas públicas para que los sectores más vulnerables de la sociedad logren mínimos de calidad de vida en salud, género, educación, empleo, vivienda, etc.

Resulta utópico pensar en una sociedad donde todos sean iguales, pero sí es posible, como lo han logrado algunos países, hacer que los indicadores de pobreza e inequidad vayan en franco retroceso de manera sostenida.

El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en ingresos, se mantuvo en niveles similares entre el primero y segundo trimestre del 2024, en 0.49 en nuestro país. Recordemos que entre más cerca se esté de la unidad mayor será la desigualdad en un país. Los países nórdicos como Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia son los que tienen una mayor igualdad a nivel mundial.

Muchos de los resentimientos y descontentos de los que se han aprovechado los populismos y autoritarismos para seducir a las mayorías, están relacionados con este tipo de desequilibrios económicos, sociales, políticos, etc.

Las mayorías, al sentirse traicionadas por la democracia, vuelven sus ojos a líderes mesiánicos que tenían soluciones aparentemente sencillas y una narrativa que prometía disminuir sus graves problemas del día a día.

Distintas investigaciones a nivel internacional demuestran como la inequidad y la pobreza afectan el pleno desarrollo y desempeño de las democracias, derivando en estados democráticos solo de nombre. Nada más lejos de estas formas de gobierno que la división de poderes, la rendición de cuentas o las instituciones independientes.

La construcción de clientelas gracias a la forma en que se otorgan los apoyos económicos que se les han dado a estos millones de ciudadanos, generalmente rinde sus frutos. Así, el populismo ha logrado que las mentiras sean verdades y que con un gran índice de aceptación se renuncie a los derechos humanos, a la pluralidad, así como a la diversidad y a la libertad.

La desigualdad generada por los errores —corrupción, avaricia, exclusión e indiferencia entre otros— que muchos partidos políticos y gobiernos han cometido y las limitaciones propias de la democracia han defraudado a amplios segmentos sociales que se han rendido ante los autoritarismos por la ilusión de ser incluidos.

POR TERE VALE

COLABORADORA

@TEREVALEMX

PAL

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