Hablé ya del buen momento del documental, un género que ha encontrado un lugar en las plataformas, y con ese lugar, primero, la posibilidad de echar una mirada analítica y memoriosa a nuestro pasado reciente y, enseguida, la de un público numeroso. Así pasa con La Dama del Silencio, de María José Cuevas, notable película sobre Juana Barraza, la Mataviejitas.
Barraza es una rareza. Lo es, primero, en su calidad de mexicana: la lista de serial killers nacionales es corta, sobre todo en contraste con, digamos, los Estados Unidos. Enseguida, lo es en su calidad de mujer: en efecto, el de los psicópatas multihomicidas es un mundo preponderantemente masculino. Sobre todo, lo es porque su historia sí es resultado de su contexto, en un sentido amplio.
El asesino serial es siempre lo raro: no es un delincuente del común que invite a sociologizar su vida. Lo de Barraza es diferente. Su historia es excepcional, claro. Estranguló a 16 ancianas y, sin carisma aparente, construyó un personaje que se quedó en la memoria de todos. Aun así, y la película lo cuenta con brillantez, su historia es también la del México reciente. Lo es, primero, porque es la historia de la violencia contra las mujeres.
Ella fue abusada en la infancia, pero la persecución policiaca en su contra hizo víctima también a Araceli Vázquez, que, 19 años después y con la asesina en prisión, sigue encerrada. Así, es también la historia del México policiaco y judicial. La Procuraduría chilanga hizo su trabajo. Aprendió de expertos franceses el oficio de buscar a un asesino en serie y desarrolló una investigación bastante rigurosa.
Sin embargo, además de Araceli, fueron detenidos Mario Tablas, muerto en prisión, y, sin el menor respeto a las leyes, varias personas trans dedicadas a la prostitución. ¿Por qué? Por eso, porque así es el aparato de justicia en este país, y porque México vivía una guerra política entre el gobierno federal y el de la capital, con el hoy presidente a cargo.
El de la Dama del Silencio, como se hacía llamara Barraza, fue un caso ejemplar de cómo un asunto policiaco es determinado por necesidades políticas. Otra vez, María José lo describe magníficamente.
La Dama del Silencio es un retrato de su protagonista, pero es un retrato único, porque lo construyen, primero, en una recopilación muy valiosa de testimonios, aquellos que se encargaron eficazmente de detenerla, a pesar de todas las taras de nuestro sistema de justicia: el procurador Bernardo Bátiz, Renato Sales, Gabriel Regino, los policías encargados del arresto...
Enseguida, porque lo construyen aquellas personas que vieron morir a sus madres, abuelas, amigas. Eso es lo excepcional de esta película: no le da voz a la asesina; se la da a quienes la padecieron. Una apuesta ética y cinematográfica que María José gana por goleada.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@juliopatan09
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