LA NUEVA ANORMALIDAD

La gran aventura (moral) de Pee Wee

La muerte de Paul Reubens, quien tuvo un gran éxito y una estrepitosa caída, invita a reparar en los excesos de la cultura de la celebridad y del pánico moral

La gran aventura (moral) de Pee Wee
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

La Generación X está de luto. Un obituario apresurado en mi Instagram me valió un aluvión de confesiones nostálgicas, ligadas al recuerdo infantil gozoso de Pee Wee’s Playhouse (1986 – 1990) o a la reivindicación de La gran aventura de Pee Wee (Tim Burton, 1985) como la obra maestra que es. El objeto de nuestro duelo es Pee Wee Herman pero quien ha muerto es Paul Reubens: el hombre que lo ideó, y lo encarnó a lo largo de más de cuatro décadas.

Al margen de su creación más celebrada, Reubens tuvo una carrera actoral respetable que incluye un trabajo perturbador y desternillante en la Blow (2001) de Ted Demme, un papel pequeño pero vistoso en la Batman Returns (1992) de Burton –el de padre desalmado del bebé llamado a ser El Pingüino– y un arco como invitado en la inteligente comedia televisiva Murphy Brown (1995 – 1997). Ninguno de esos personajes, sin embargo, logró interpelar la imaginación de una generación tanto como el hombre niño de la pajarita roja y el traje gris slim fit, maníaco pero entrañable, dulce pero socarrón, irreverente pero pedagógico, dotado del lirismo del Charlot de Chaplin pero sin su cursilería, heredero de la hiperquinesis de Buster Keaton pero matizada por una ironía militante.

Pee Wee nació en la escena underground estadounidense. Comparte ADN con bandas como Talking Heads y Devo –no en vano el líder de esta, Mark Mothersbaugh, sería director musical de Pee Wee’s Playhouse–, con proyectos audiovisuales como Max Headroom, con artistas del performance como Klaus Nomi. El hecho de que Reubens decidiera vivir “en personaje” a lo largo de los 80 –nunca una aparición pública sin los aparejos y el discurso de Pee Wee; nunca un crédito como actor, sólo como guionista– lo hizo indeleble. También redundó en su caída.

El 27 de julio de 1991, un hombre de pelo largo, barba y camiseta –Paul Reubens, no Pee Wee Herman– era arrestado en un cine porno por “indecent exposure”, es decir por masturbarse durante la proyección. Que los cines porno son negocio legal y que difícilmente podremos concebir el fomento de la apreciación fílmica como su función no importó a unas autoridades y una prensa deseosas de ver al ídolo caer: una estrella (también) de la televisión infantil no podía tener sexualidad, y menos autoerótica. Pee Wee Herman estuvo fuera de circulación masiva 20 años, los mismos que Reubens pasó en una suerte de purgatorio profesional, y nosotros privados de su genialidad.

Hay justicia en el hecho de que el episodio aparezca reducido a miscelánea en sus necrológicas pero también admoniciones sobre los excesos de la cultura de la celebridad y del pánico moral en la anécdota. Y eso que Paul Reubens advino al estrellato antes de la era de las redes sociales; en manos de Twitter, difícilmente habría vivido para morir de cáncer a los 70.

 

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

LSN

 

Temas