Lo que llaman en política diálogo, actualmente se ha inclinado hacia la superficialidad de lo que creen público y la exacerbación de lo privado. Afirmaciones y frases cuadradas que se deslindan de la realidad y del día a día dentro un panorama siempre presente pero igualmente borrado del mapa cuando los tiempos electorales no están urgidos de propaganda barata. En las últimas semanas hemos tenido que leer y escuchar hasta el cansancio cómo juegan con la palabra “indígena” y como deslucen sus esfuerzos en pantalla argumentando que se les discrimina “al revés” por el color blanco de piel.
En México hay alrrededor de 17 millones de indígenas, que representan el 15,1% de la población total y aunque México adoptó en 1992 la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas poco se ha avanzado, pues la discriminación siempre está dispuesta a estar contra una cultura que dio origen y sostiene con su historia a los mexicanos, lo sepan o no. Los pueblos originarios son marginados por muchísimas razones y en general, no les toman en cuenta y se exponen así a un sistema cíclico de abusos que tienen su causa en la falta de información y en una división poblacional legendaria. Son pues grupos absolutamente segredados de la vida nacional, de los asuntos políticos y sociales que deberían ser de la competencia de todos. De unos años para acá encontraron que nombrarles y recrearles en sus mensajes era una gran idea y que imitar sus rituales y vestimenta podría captar adeptos duraderos.
Muchos no sabíamos que las lenguas indígenas que más se usan el dia de hoy son el náhuatl, el chol, el totonaca, el mazateco, el mixteco, el zapoteco, el otomí, el tzotzil, el tzeltal y el maya. Aunque cada vez ellos hablan más nuestra lengua, nosotros desconocemos las suyas y no se ha tenido ni la curiosidad de la que podría ser una herramienta asertiva para quienes dicen trabajar por el pueblo. De la conversación actual habría mucho que abonar porque no se han parado a analizar que enriquecer este discurso y hacerlo útil abarcaría la idea de nación que tanto les gusta exponer como identidad mexicana. Tampoco sabíamos que al menos en la Ciudad de México los grupos más discriminados son quienes tienen la piel morena, seguido de las personas indígenas.
El lenguaje jugaría aquí una suerte de inventario que los expertos en campañas desconocen y por esto dejan a un lado las formas de hablar y entender el mundo y el comportamiento de las comunidades a las que tanto se les debe. Con las palabras se construyen ciudades, derechos y muchas veces se persuade, pero este extenso catálogo de conocimiento histórico e intercultural es desdeñado continuamente por los encargados de crear mensajes.
Las mujeres indígenas son el grupo vulnerable por excelencia pues se encuentran en el peor de los mundos con una triple desventaja: ser mujeres, ser pobres y ser indígenas en un mundo dominado por hombres y el trato despectivo del que son objeto, no solamente en sus comunidades sino en todo el país. Ellas son la voz de los conocimientos tradicionales, protectoras y ejecutoras de la conservación de las tierras y no hay pocos ejemplos de la lucha social a la que se ven obligadas a asistir usando muy pocos recursos.
Su esfuerzo también es el triple cuando han recorrido caminos inhospitos para traer a esta parte del país las demandas que llevan cargando desde siempre y son tan poco atendidas. Hacerse indígenas encumbradas en el poder para escalar las meta de los discursos sociales actuales y que los adeptos argumenten desde ahí las capacidades electorales, más que contraproducente es sumamente ingenuo. El origen no siempre es destino, pero está condenado a la discriminación de los siempre menos favorecidos. Usarles para “dialogar” y reclamar igualdad es por lo bajo, de lo más mezquino que hemos visto en las endebles campañas de estos tiempos.
Por si esto fuera poco nos encontramos con hombres y mujeres en campaña que usan el lenguaje con este tono condescendiente de voltear el discurso para hacerse los discriminados por su blanco color de piel. A la luz de lo obvio y de la lógica elemental esto no armoniza con el proceso histórico que han sufrido los pueblos originarios ni de quienes padecen discriminación más allá de lo laboral y educativo por tener un tono más oscuro.
Este discurso sin sustento se tambalea entre los privilegios de la clase política y empresarial desde una simpleza que cuesta creer. La pobreza del lenguaje llega a las campañas para pretender hacer víctimas nuevas que no tienen ni el conocimiento ni el carácter cultural al que debieron asomarse antes de emprender luchas que enarbolan pero que desconocen.
Las palabras se siembran en el lenguaje publicitario, no son solo nociones lo que se comunica porque lo emocional se estira o se doblega ante ellas, desaprovecharlas es transformarlas en disparates que ascienden como burbujas y caen la mayoría de las veces estrepitosas para estallarse en la realidad. Hacerse los discriminados y victimizarse continuamente es una opción que toman para abandonar cuales quieran que sean sus fortalezas.