La nueva anormalidad

De apariciones y desaparecidos

La película Mephisto, del cineasta mexicano Cristian Proa, aborda el horror de la violencia, con un lenguaje casi onírico

De apariciones y desaparecidos
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

En Mephisto –la película de Cristian Proa que integra la selección inicial al Ariel de este año– una rubia sobremaquillada (Johana Blendl) mira a la cámara. Acaso prostituta, aparece junto a un poste del que pende una fotocopia: un cartel que anuncia la búsqueda de una desaparecida que resulta ser ella misma. El anuncio la identifica como Ophelia y, en efecto, la hemos visto ya en un bosque, de diáfano blanco como la trágica shakesperiana. Después se nos aparecerá de negro, y su oposición a la protagonista, de rojo, nos llevará a pensarla muerte. La desaparecida que es aparición. La puta vida que es la puta muerte. Tales son las inasibles coordenadas de este territorio fílmico.

Mephisto transcurre en el país de los desaparecidos, tapizado de anuncios de “Se busca” cuya redacción en inglés pena por la ausencia de personas de nombre latino, mientras la población habla –si es que habla– no en la lengua de Poe sino en la de Calderón o en la de Baudelaire o en la de Mictlantecuhtli.

Los padres de Helena (Carmen Tinoco) son asesinados. El acto es criminal y los perpetradores parecen tener recursos, un plan y acaso un jefe pero difícilmente podremos identificarlos con El Crimen Organizado. Mephisto no es otra película de narcsploitation; su villano no es El Señor de los Cielos sino la vida misma. El destino cobra dos existencias, nomás porque Antonioni o porque Beckett o porque Rulfo. La sobreviviente –la huérfana– es arrojada por la culpa y por el dolor a un universo que no puede ser sino el del inconsciente, ya sólo porque no admite tiempo: en él es niña y adulta, sofisticada y primigenia, víctima, testigo y vengadora, a la deriva en una vigilia siempre a punto de despeñarse por el abismo del sueño antes de emprender el vuelo a un retorno eterno por transitorio.

Proa dedica su película a Tarkowski, yo he citado a Antonioni; también sobrevuela el espíritu de Dreyer. Es decir que Mephisto no es una cinta narrativa pero tampoco una contemplativa. Su autor acomete un asalto visual al espectador para comunicarle un estado del alma complejo y trastocador: el de un mundo en que la tanta destrucción parece habernos volcado a un permanente duelo activo.

“El problema es que la gente está vacía”, dice una voz en la radio en una secuencia temprana: “cuando uno sale a la calle, ve mucho vacío. Pero hay que tomar en cuenta algo: de un modo u otro, todos estamos tratando de llenar esos huecos. Esas mujeres desaparecidas que encontramos colgadas del puente, las cabezas envueltas en bolsas de plástico arrojadas a la calle son resultado de ese vacío. La gente no sabe cómo llenar ese vacío”.

Cristian Proa lo intenta evidenciándolo. El resultado es una ópera prima relevante.

Mephisto tendrá una función de preestreno este sábado 20 a las 18:30 hs. en el Cine Lido de la CDMX.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG: @nicolasalvaradolector

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