La convocatoria del 26 de febrero pasado resultó un éxito. Reunió a más de un millón y medio de mexicanos alrededor de 120 ciudades de la República, sin dejar de mencionar el lleno total en el Zócalo de la Ciudad de México. Brillaron por su ausencia las tortas y los frutsis, así como los camiones con los acarreados. La gente no sólo tomó la calle por su propio pie, sabía porque estaba ahí. Por un momento pensé, los mexicanos nos estamos reconciliando con la política.
Política es hacer sociedad. Involucrarnos en lo que nos es común a todas y todos. Se hace política desde la comunidad, y siempre desde la diferencia. Lo común no es contrario a lo individual, lejos de ello, exige una responsabilidad en cada una y uno de nosotros. La conocida “marea rosa” tuvo diversos orígenes y razones para manifestarse, pero encontró “una causa” unificadora: la libertad.
La libertad no es una cosa abstracta. Representa la posibilidad de edificar una mejor versión de nosotros mismos, de manera conjunta, desde el poder, el tener y el saber. El camino para alcanzarlo es la justicia, la empatía y la generosidad, todos presentes el pasado fin de semana.
Primero, magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) no están solas ni solos. Su autonomía no es capricho ni privilegio, es condición necesaria para una justicia ciega. Nada ni nadie por encima de la ley, mucho menos aquellos quienes juraron respetar la Constitución como base para nuestra convivencia social. Su libertad es garantía para la libertad de nuestras hijas e hijos. Decidan conforme a Derecho, a pesar de las presiones.
Segundo, México no es botín de nadie, ni las y los ciudadanos somos rehenes del gobernante en turno. Quienes salieron a la calle, están a favor de la idea de un México plural. La ausencia de liderazgos visibles parecía primero, una dolencia para la movilización, pero en el fondo es una fortaleza. El intento de polarizar a la sociedad mexicana está dejando sus dividendos también para la oposición, sin que los partidos hayan sido capaces de generarla.
Tercero, las clases medias encarnan la posibilidad de una nueva mayoría. Definirlo con claridad exige reconocer dolencias y exigencias. Reconocerlo pasa por la conformación de una geopolítica electoral con base en las ciudades, con discursos y agendas con dedicatoria. A las clases medias les duele la falta de las guarderías y las estancias, las escuelas de tiempo completo, la creciente inseguridad, la inflación, la militarización, las amenazas a la libertad de expresión, los feminicidios; es urgente hablarles de manera clara.
La iniciativa del “Plan B” del gobierno federal y de MORENA tiene por objetivo acabar con el voto como un auténtico instrumento de rendición de cuentas para los gobernantes, el INE es sólo una pieza en el camino. Impedirlo pasa por reconciliar a las y los mexicanos con la política, con esa idea en la que las mujeres y los hombres somos iguales de la puerta de nuestra casa para afuera y diferentes de la puerta de la casa para adentro. Por esta razón, #MiVotoNoSeToca.
Que así sea.
POR JUAN ALFONSO MEJÍA
DR. EN CIENCIA POLÍTICA Y ACTIVISTA SOCIAL A FAVOR DE LA EDUCACIÓN
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