Hace un par de semanas, salió en The New York Times una noticia que, a estas alturas, ha dejado de ser noticia: según un estudio con datos de 15 países, publicado en Nature Human Behavior, los estudiantes de Educación Básica perdieron los aprendizajes correspondientes a un tercio de un ciclo escolar debido a la pandemia.
Tampoco es novedad el hallazgo de que los efectos negativos en el aprendizaje fueron más graves en los países en desarrollo —como Brasil, México y Sudáfrica— y entre los niños más desfavorecidos económicamente.
Sin embargo, hay otro resultado del estudio que, aunque quizá no sorprende, sí llama la atención. Cuando las escuelas reanudaron sus actividades presenciales, el rezago académico dejó de profundizarse, pero no se revirtió. Es decir, regresar a la escuela, en sí, no basta. En palabras de uno de los autores del estudio, Bastian Betthäuser, “para recuperar lo que se perdió, tenemos que hacer algo más que volver a la normalidad”. Sin soluciones creativas, advierte, puede haber graves consecuencias para el mercado laboral y el ingreso futuro de los estudiantes.
Más allá de los programas de reforzamiento en horarios escolares, ¿qué forma pueden tomar esas soluciones creativas?
En la entrega anterior hablé sobre las tutorías gratuitas en las escuelas, pero otra opción complementaria son los cursos intensivos de verano, sobre todo aquellos dirigidos a los estudiantes rezagados cuyas familias tienen bajos ingresos.
Como con las tutorías, al proponer cursos de verano hay quienes de inmediato reviran que llevarlos a cabo sería imposible. Sin embargo, una experiencia que tuvimos en Puebla, donde organizamos cursos de verano para alumnos de segundo de primaria, muestra que eso es falso.
Antes de ejecutar el programa, algunos objetaron que los maestros se iban a oponer, puesto que estaban de vacaciones y, por tanto, los encargados de impartir el curso iban a ser estudiantes de Educación Superior. Al final, nadie se opuso. Otra preocupación era que los padres de familia se fueran a quejar de tener que llevar a sus hijos a la escuela.
Sucedió lo contrario: terminaron agradecidos de que sus niños pudieran permanecer en el centro educativo. También estaban equivocados quienes creían que iba ser difícil tener acceso a las instalaciones; los directores y los conserjes recibieron a los estudiantes con los brazos abiertos.
Hay, desde luego, condiciones locales que pueden complicar la implementación. En los estados del norte, por ejemplo, el calor veraniego no es un desafío menor, pero en los estados del sur, que tienen las tasas de pobreza más altas, un programa de cursos de verano como el que ejecutamos en Puebla puede tener enormes beneficios económicos y sociales en el largo plazo.
Aunque en las tiendas proliferan los corazones de San Valentín, el verano está más cerca de lo que parece y hay que ir preparando el traje de baño para refrescarse en los mares de la educación.
POR ANTONIO ARGÜELLES
COLABORADOR
@MEXICANO_ACTIVO
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