El uso de la Inteligencia Artificial (IA) llegó para quedarse. Su presencia se halla en prácticamente todo: asistentes virtuales en nuestros teléfonos, recomendaciones de series en plataformas de streaming, así como automatización de procesos, tanto en lo público como en lo privado.
Si bien la IA no puede ser calificada como buena en mala en sí, pues ello depende de cómo es utilizada, resulta innegable el surgimiento de diversas preocupaciones, particularmente por cuanto hace a la forma en que nos relacionamos como sociedad y con la tecnología misma.
La IA busca llevar a cabo tareas que antes eran propiedad exclusiva de las personas pero que, al día de hoy, la capacidad humana se ha visto rebasada: es prácticamente imposible que una persona pueda analizar, por ejemplo, 10,000 datos en menos de 10 segundos, cosa que sí puede hacer una IA.
Dos preocupaciones que últimamente han cobrado relevancia han sido, por un lado, el tema de la empleabilidad y, por el otro, su uso ético.
Respecto al primero, existe cierto temor que la IA reemplace puestos de trabajo tradicionales, lo que, a su vez, podría provocar una baja demanda de habilidades humanas. En este campo se hallan, por ejemplo, profesiones como contaduría, matemáticas, abogacía o escritura. Si bien el uso de la IA puede aumentar la eficiencia, también implica que dichas personas se enfrenten a un dilema de identidad y propósito.
Por cuanto hace al segundo, existe preocupación respecto al proceso de toma de decisiones de la IA, así como en la forma en la que aprende de los datos suministrados. En este sentido, los algoritmos con los que funciona pueden acarrear sesgos de origen, es decir, de aquella información primigenia usada durante el proceso de “entrenamiento”, por lo que cualquier decisión que tome basado en ella estará viciada, lo que puede traer consecuencias en procesos de contratación de personal o aprobación de créditos, por ejemplo. ¿Hasta qué punto el uso de la IA puede garantizar principios como la igualdad, la justicia, la equidad o la ética?
Al tiempo que la IA sigue evolucionando, resulta indispensable mantener cierto control sobre la misma, a efecto de garantizar su uso adecuado, enfocado en la persona, y a través del cual se garantice, al menos, los derechos a la protección de datos personales, a la transparencia y a la seguridad, tal como se señala en la Carta de Derechos de la Persona en el Entorno Digital –documento orientador–, aprobada el 9 de octubre de este año por el Sistema Nacional de Transparencia.
No existe duda que la inteligencia artificial es una herramienta poderosa, capaz de servir al desarrollo de la humanidad pero, a su vez, debemos tener cautela y buscar que la misma no defina quiénes somos como sociedad. Debemos utilizarla con responsabilidad y comprensión, teniendo en cuenta, siempre, que nuestro sentido de humanidad es lo que nos dota de quiénes somos. No debemos permitir que la IA borre nuestra esencia y nos convierta en una mera "humanidad artificial".
POR ARISTIDES RODRIGO GUERRERO GARCÍA
COMISIONADO PRESIDENTE DEL INSTITUTO DE TRANSPARENCIA DE LA CDMX
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