“Es posible que tengamos que hacerlo de nuevo” Donald Trump
En cualquier nación es muy sencillo aventurarse a realizar un pronóstico de elecciones de medio término, siempre se dice que el partido político (o partidos) de oposición se alzará con el triunfo, debido al desgaste que resiente el gobernante en turno que ostenta el ejercicio del poder. En nuestro país invariablemente sucede cada 6 años, cuando el presidente, e incluso los gobernadores, encaran la jornada electoral que renueva la Cámara de Diputados (o en su caso, el Congreso local), se escucha en todas partes que “el partido en el poder perderá la mayoría”. Y, habitualmente, hacer estos pronósticos se compara con hacerlos acerca del clima.
En este sentido, cuando acercamos la lupa a las intermedias estadounidenses nos damos cuenta de que estos pronósticos son mucho más acertados en nuestro país vecino por factores propios de su democracia. Al ser una federación bipartidista, donde los partidos políticos Demócrata y Republicano, tienen (o tenían) agendas muy claras y por lo tanto a una base de electores muy definida. Es una sociedad que sabe que su voto es útil y cuenta para su cotidianeidad, por lo que -premian o castigan- con su voto a sabiendas que la democracia tiene un gran valor. Los estadounidenses prefieren los contrapesos (después de brindar oportunidad a un solo partido conteniendo el poder), una expresión partidista en el ejecutivo, la otra en el legislativo.
Lo anterior en una visión histórica, sin embargo, la actualidad política, democrática y social nos envían señales encontradas hacia las elecciones del 8 de noviembre. Sabemos que Trump se encargó de dividir al país con sus discursos de odio y políticas en concordancia con la fragmentación estadounidense por distintos factores a los que aludía, como el económico, étnico, de credo, de preferencias sexuales, etcétera y, después de Trump en el poder, peligrosa y lastimosamente, el “trumpismo” sigue ahí -como un fantasma que recorre Estados Unidos”, siendo su colofón el asalto al Capitolio el 6 de enero, fecha que queda marcada como una página oscura en la democracia. Hoy amenaza con volver.
Joe Biden lo supo desde el primer momento que el gran reto post Trump es la reunificación de la sociedad, empero la realidad emergente ha detenido su plan de arranque. Al actual inquilino de la Casa Blanca le ha tocado de todo. Una economía en franco declive -el desempleo e inflación más alto en los últimos años-; tiempos de guerra en los que su archirrival es protagonista y no ha podido hacer nada para disuadirlo; no tiene el control del Partido Demócrata ni mucho menos de la líder en el Congreso; ecos de una pandemia y alza en contagios de la viruela símica y; además, aún sumido en una crisis de división política y social.
Con todo esto, parecería que los pronósticos para las intermedias podrían seguir en el tenor histórico y que la marea roja del “Grand Old Party”, como se le conoce al partido Republicano, va a arrasar el próximo noviembre. Sin embargo, considero que no será así. La sociedad estadounidense conoce las externalidades negativas que existen en su economía y que no es conveniente adentrarse en una guerra ajena, sumado a que no es un buen momento para que el olor a Trump se impregne entre las Cámaras. Aún es pronto para realizar el pronóstico definitivo, pero creo (o quiero creer) que esa marejada quedará solo en una pequeña ola.
POR ADRIANA SARUR
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