MALOS MODOS

El placer de volar a la CDMX. Una crónica

El baño está cerrado, así que sigues a migración. Ahí, otra aportación de la 4T: dos horas de cola, en un espacio mínimo, atiborrado, entre cintas amarillas tipo “multihomicidio en Ecatepec” y cuadrados de cartón piedra recostados contra botes de basura

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Das vueltas alrededor del Benito Juárez durante una hora, mientras disfrutas de la adrenalina que produce un cuerpo cuando está cerca de sufrir un accidente aéreo, cortesía del nuevo personal del aeropuerto (90% de honestidad, 10% etc.). Volteas y topas con el aeropuerto de Texcoco, al que siguen sin aparecerle el lago y los patos felices que llegan a aletear en esas aguas cristalinas.

Aterrizas con los ojos apretados. Los abres y confirmas que no has muerto: el hangar de la Guardia Nacional no puede ser una imagen del paraíso. Una hora después, sin terminar de ver (en español: el cantonés sin subtítulos se complica) la película de artes marciales, porque la tripulación se siente en la necesidad de hacer un aviso cada dos minutos y la imagen se congela reiteradamente, llega el anuncio: posición remota. La sobrecargo sentencia que la salida del avión será por filas, pero el 78% del pasaje decide ignorarla y se levanta a embarrarse las nalgas y bajar bultos enormes, estilo prepandemia. Logras que el hombre de sombrero no te rompa los lentes con una maleta de 200 kilos, cruzas el pasillo y entras a un camión que te lleva a la Terminal 2, la mejor del Juárez.

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El baño está cerrado, así que sigues a migración. Ahí, otra aportación de la 4T: dos horas de cola, en un espacio mínimo, atiborrado, entre cintas amarillas tipo “multihomicidio en Ecatepec” y cuadrados de cartón piedra recostados contra botes de basura. Sales de migración con la vejiga a tope. No todavía: una mujer con el cubrebocas en la papada le revisa otra vez los documentos a todo mundo, mientras pregunta de dónde vienes. Haces cola en el baño de la zona de recogida de maletas. Es oscuro, con charquitos sospechosos, papeles en el piso y una botella de Cloralex recortada, con jabón para manos, donde metes la punta de los dedos. Casi lo consigues: solo faltan otros 45 minutos hasta que llegue tu maleta. Ves el teléfono. El chofer que contrataste para evitar la incompetencia de Uber y a la mafia de taxis del aeropuerto, que no usan Waze y no saben dónde están el Zócalo o Coyoacán, te avisa que no puede llegar: no circula. Suspiras, cansado, pero no tenso: habías anunciado que no llegabas a la junta porque el vuelo de todas formas iba dos horas tarde.

Entonces, caes en cuenta: acabas de vivir la mejor experiencia aeroportuaria Del Valle de México. La alternativa es el AIFA, a dos horas y media y dos mil pesos de Uber, no estás seguro de si con agua corriente, sin tiendas ni restaurantes, en el que, cuando te plantas frente al mingitorio, tienes que superar la tensión que produce orinar mientras te observan el Chavo del 8 y Juan Escutia, y cuya única ventaja comparativa es que nadie dio la orden de boicotearlo para que las aerolíneas se vean obligadas a usar “una de las obras más importantes del mundo”.

POR JULIO PATÁN

COLUMNISTA

@JULIOPATAN09 

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