La marcha convocada por el Presidente el domingo 27 de noviembre, ha sido una demostración de fuerza y efecto mediático, justo en la recta final de su mandato, unos días antes de su informe anual de labores. López Obrador sabía que era momento de dar un manotazo en la mesa y acallar las voces de disonancia mediática que trataban de enaltecer la marcha en defensa del INE y la negación a la propuesta de reforma electoral que hace unas semanas había promovido en el Congreso de la Unión.
La multitudinaria convocatoria de hace algunos días ha dejado entrever muchos matices que circundan al obradorismo y componen al movimiento de regeneración nacional. Por ejemplo, se pudieron apreciar las interminables concentraciones y congregaciones sectoriales de muchos grupos de trabajadores del gobierno de la Ciudad de México, que se dieron cita en este evento, a costa de cumplir con el famoso pase de lista, diversos beneficiarios de programas sociales e inclusive gente que no entendía muy bien la propuesta de la 4T. Todos esos casos asistieron y se dieron cita.
Pero quedarse en un análisis así de simple, sería un grave error, tanto para la oposición, como para la clase política de este país. La marcha convocada por el Ejecutivo aglomeró amplios sectores de la población mexicana, demostró que existe un México profundo que necesitaba ser escuchado y ser visibilizado; son precisamente estos mexicanos(as), los que han salido a la calle a marchar al lado de Morena y el presidente Obrador. Se cuentan por miles, pero en realidad son millones de personas los que dicen apoyar esta forma de gobernar.
Y es que, de acuerdo con múltiples encuestas, poco más de 60 por ciento de la población respalda al Gobierno de la 4T, lo que significa en términos generales, que alrededor de 50 millones de mexicanos mayores de 18 años simpatizan con López Obrador.
El resto está dividido entre los que no lo quieren y los que no tienen una opinión, ni negativa, ni positiva. En muchos casos, este apoyo seguramente es vago e impersonal, producto de la devoción de algunos ciudadanos a la investidura presidencial, sin importar quien dirija las riendas. Pero otros cientos de miles lo hacen de manera apasionada, absolutamente convencidos de que, por fin, existe un mandatario que es de los suyos, que actúa y habla en su nombre, que se viste como ellos y que entiende sus necesidades. Este es el detalle que la mayor parte de los partidos políticos no logra entender todavía, ya que mientras sigan realizando análisis comerciales y psicológicos, cargados de sesgos cognitivos o informativos, las cuentas no les saldrán y seguirán confundidos en su discurso y propuestas.
Por supuesto, que es lamentable que, en su afán de cumplirle al presidente, Morena recurra a gestos y rituales del viejo régimen que, en realidad, no habría necesitado, ya que la plaza pública más importante del país y sus alrededores, se habrían llenado, sin necesidad de estas reprobables costumbres.
Pero sobredimensionar este hecho, llevaría a cualquier persona a dejar de ver que, en la denominada cuarta transformación, o como quiera describirse, existen muchos rasgos que dan cuenta de la gestación de un fenómeno inédito de dimensiones populares enormes y muy bien definidas.
Ahora bien, por más esfuerzos que la oposición realiza en su intento por demostrar a las mayorías, que el gobierno de la 4T no es eficaz, ni es lo que dice ser, los sectores desfavorecidos mantienen la noción de que, incluso, si tal cosa fuese cierta, al menos lo está intentando. Y allí está una derrama de 800 mil millones de pesos anuales entregados en tarjetas de manera directa para demostrarlo, esta reorientación del gasto público no tiene precedentes y en momentos históricos como los que han proseguido a la pandemia y la parálisis económica mundial, se han convertido en oxígeno puro para los deciles más bajos de esta nación y el consumo interno a nivel nacional.
Con todo ello, es necesario afirmar que a Morena le falta un liderazgo con presencia y amplia legitimidad, tanto al interior de sus filas, como al exterior de estas. En este sentido, son pocas o escasas, las personalidades que lograrían cumplir con dichos requerimientos. Cubrir las dimensiones de lo que ha significado López Obrador para su causa, es una tarea que nadie pudiera acercársele, ni en carisma, ni en aceptación de parte de las bases del partido, ni tampoco en la sociedad nacional.
Este último componente llama la atención, debido a que, con la sucesión presidencial a menos de dos años, aún muchos especialistas en el tema se preguntan si, ¿es este partido político capaz de prolongar su legado, a partir de la implementación de un proyecto de gobierno transexenal, a pesar de que su líder moral, ya no esté con ellos para entonces?
Y es que, de acuerdo con los diversos sondeos, la permanencia del proyecto para 2024, no tendría su permanencia en tela de juicio, pero quizás, si sería cuestionada la magnitud de su presencia en el congreso y por supuesto, su poder político rumbo a 2030.
Luis Miguel Martínez Anzures
Presidente del Instituto Nacional de Administración Pública
MAAZ