México recibió el año pasado 51 mil 585 millones de dólares por concepto de remesas, y este año se perfila para recibir 58 mil 500 millones de dólares, lo que nos sitúa en el segundo lugar a nivel mundial, únicamente por debajo de la India, pero por encima de países como China, Filipinas, Egipto, Paquistán y Bangladesh.
Esta cifra se ha consolidado como la principal fuente de divisas internacionales en nuestro país, superando en un 39% al monto anual de la Inversión Extranjera Directa (IED), así como a los ingresos generados por el turismo; estamos hablando de más de 4% del Producto Interno Bruto (PIB), que se transfiere directamente entre particulares. Los 773 billones de dólares que globalmente se movilizan cada año por remesas, han llevado por mucho tiempo a gobiernos, empresas, bancos, académicos y especialistas a preguntarse de qué manera maximizar el impacto de esa gigantesca masa de recursos económicos.
Al principio, los retos que se planteaban tenían que ver más con la reducción de los costos de los envíos, buscando facilitarlos, bancarizar a emisores y receptores, y hacerlos más accesibles. Sin embargo, en la actualidad, el desafío es cómo convertir a las remesas en verdaderas palancas de desarrollo, generar valor agregado, e incentivar los usos productivos de las mismas, ya que la mayor parte se destina al consumo.
Evidentemente, es dinero privado, ganado con muchísimo esfuerzo, y están en todo su derecho de gastárselo en lo que quieran o necesiten. Pero, ¿cómo hacerle para que un mayor porcentaje sirva como detonador de una mayor inversión productiva para “ponerle dinero bueno al bueno”?
En México y muchos otros países, han surgido iniciativas y programas de toda índole. Por ejemplo, existía el “Programa 3 x 1 para Migrantes”, pero nunca logró sus objetivos de fondo por un presupuesto raquítico, reglas de operación complejas y un mar burocrático de pasadas administraciones que no le permitió prosperar.
Hace 14 años, se originó desde el Legislativo una propuesta para generar un programa federal que estimulara la retención de la población, por medio de una red de comercialización y tiendas especiales -circuitos binacionales de negocios- para vender productos mexicanos en los mercados hispanos de Estados Unidos, aprovechando el llamado “mercado de la nostalgia”; se intentó generar un piloto pero nunca se realizó.
Hoy en día, ha cobrado fuerza un enfoque, sobre todo en el Sudeste Asiático, llamado “productizing remittances” que plantea transformar la simple transferencia de fondos en un ecosistema tecnológico para la adquisición de bienes y servicios para el destinatario, aumentando el poder adquisitivo del mismo recurso.
Es demasiado dinero involucrado. No tardará el momento en que existan mejores alternativas para convertir las remesas en financiadores de más fondos educativos, proyectos de vivienda, constructores de capital humano, capital semilla de nuevos negocios, y que reivindiquen ese papel de héroes que, en efecto, tienen nuestros migrantes.
POR JESÚS ÁNGEL DUARTE
COLABORADOR
@DUARTE_TELLEZ
MAAZ