Mencionar la voz América evoca una paradoja: el esfuerzo de una idea por fundar su realidad. Entre la noche del 11 y la madrugada del 12 de octubre de 1492 tiene lugar un equívoco: el desenlace de un viaje que se dirigía hacia el Oriente.
Cipango y Catay, los reinos asombrosos de China y Japón, constituían los presumibles arribos de la empresa ultramarina del navegante genovés. Los errores de cálculo de Cristóbal Colón dieron origen al encuentro de dos mundos, a pesar del triunfo del hierro sobre el barro, usando la expresión de Alfonso Reyes.
Si atendemos a Edmundo O’Gorman, América fue inventada bajo la especie física de continente y la especie histórica de nuevo mundo. Su existencia fracturó la doctrina que concebía a la historia en calidad de devenir europeo y cristiano.
Verdadera colisión cultural, dolorosa reunión de dos maneras, quizá antagónicas, de percibir la vida. Ambos mundos son en rigor muchos mundos.
Separados y unidos por el Atlántico. Allende, los que no acaban de reconocerse españoles guardan todavía sabor a godos, iberos, celtas, musulmanes y judíos, y los anglosajones todavía más bárbaros, además del aporte sustantivo de África.
Aquende, las civilizaciones mesoamericanas y las etnias itinerantes de Aridoamérica. El mestizaje racial y cultural generó un mosaico plural.
San Ambrosio sostenía que más allá de las Islas Afortunadas existía una tierra inhóspita llamada las Antípodas. En el siglo XVI era considerada orbis alterius. Espacio habitado por monstruos y fantasmas atrapados por una vegetación exuberante y una fauna peligrosa.
Territorio calificado de natural, en oposición a Europa, la Isla de la Tierra Firme, el orbis terrarum. Se dividía al planeta a partir del eje civilización-barbarie. Una versión más de las distancias: ciudadanos-bárbaros, cristianos-gentiles.
Enredo y equívoco. Los vencidos llaman a los conquistadores, sembradores de horror y espanto durante el asedio de México-Tenochtitlan, popolaque, palabra que significa en náhuatl bárbaros.
En reciprocidad, los recién llegados, escudados en la empresa de la cruz y la espada, calificaron a los indígenas de salvajes, desde Bernal Díaz del Castillo hasta Motolinía y Sahagún.
El transcurrir de los años no ha frenado las calumnias ni los estigmas. La palabra como inicio del confinamiento, la lengua como nuez encarcelada, la gramática como forma de apropiación del mundo.
Reflexionemos con espíritu crítico sobre el 12 de octubre, olvidándonos del Día de la Raza, el Descubrimiento de América, o la denominación que se le ocurra a cada lector.
Olvidémonos por un momento de las amenazas externas. Pensemos desde la diversidad en cómo podríamos ser más allá de la intolerancia, el racismo, el sexismo y el clasismo dominantes en nuestra imperfecta sociedad. Desde hace dos siglos los agravios son nuestros, nos corresponde atenderlos. Basta de transferir nuestras responsabilidades al vacío de los otros identificados como enemigos.
POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
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