COLUMNA INVITADA

Ana Frank y el encierro de la niñez en pandemia

El tiempo de encierro en esta pandemia es, curiosamente, casi el mismo que el de Ana Frank, diferencias guardadas. La pandemia nos ha llevado al claustro, comprensible desde el punto de vista médico y de salud pública e, incluso, de solidaridad

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara  / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México
Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Durante poco más de dos años, una niña de tan solo 13 de edad tuvo que esconderse junto con su familia en el anexo secreto de una casa. Esta historia de valor, de pérdida, pero, sobre todo, de esperanza, transcurrió en la Ámsterdam de la Segunda Guerra Mundial entre 1942 y 1944. El trágico periplo de esa niña llamada Ana Frank, así como las razones que tuvo para esconderse son, por demás, lastimosamente sabidas: era integrante de una familia judía.

A lo largo de esos años, Ana y su familia vivieron con el temor omnipresente de ser descubiertos, con consecuencias que serían previsibles. A pesar de un encierro en el que el miedo, cual péndulo invisible pero real, marcaba cada segundo de sus existencias, cada día transcurrido representaba un triunfo existencial. Ana no podía perder su esencia: el desasosiego infantil es el modo en que los niños traducen el miedo; es el aburrimiento en la estrechez sigilosa del escondite, el ingenio zapador del sinquehacer, el constante cuestionamiento del por qué suceden cosas como éstas.

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Al final de todo, esto contribuyó para que nuestra heroína nos dejara testimonio de una de las cacerías humanas más cruentas e insaciables, legado de una época que absurdamente pretendía llamarse civilizada y constancia de la barbarie siempre acechante en la naturaleza humana.

En 2020 otras causas nos devuelven el temor a salir y nos regresa ese sentimiento atávico de la seguridad cavernosa. Familias en todo el mundo hemos decidido refugiarnos por temor a enfermar o, incluso, morir. El tiempo de encierro en esta pandemia es, curiosamente, casi el mismo que el de Ana Frank, diferencias guardadas.

La pandemia nos ha llevado al claustro, comprensible desde el punto de vista médico y de salud pública e, incluso, de solidaridad. Vivir a puertas cerradas no está exento de inconvenientes, algunos verdaderamente dolorosos. Uno de ellos es el temor futuro de una generación posiblemente perdida para nuestros niñas y niños. ¿Dónde quedó el desarrollo infantil, tanto físico como emocional, si nuestros pequeños viven encerrados a piedra y lodo?

La niñez es un músculo en activo que si no se ejercita se atrofia, es energía dinámica que si se estanca se apaga y es explosión de curiosidad que si no se satisface se vuelve apatía.

El virus nos arrebata a nuestros niños. Sin pesimismos de por medio, habrá de reconocerse que los estímulos físicos, emocionales e intelectuales que procuran una infancia memorable escasean: el contacto social en la escuela, la construcción de vínculos afectivos como la amistad y el compañerismo, la sorpresa que conlleva el encuentro con un mundo listo para ser conocido, la emoción imparable al regreso del colegio, en fin, las experiencias que los forman, hoy son, para quienes los recuerdan, una memoria lejana y borrosa.

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En una realidad virtual pandémica se pierde el tesoro de la infancia. Hago votos porque todo vuelva a la normalidad, por lo menos, para las niñas y niños a quienes les dejamos largo trecho por delante.

Ana Frank, niña y sabia por siempre, no podía estar equivocada cuando dijo que, “mientras pueda mirar al cielo sin temor, sabrás que eres puro por dentro, y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz”.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

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