La reciente "cumbre" de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) se quedó corta en cuanto a sus metas declaradas, pero también lejos de haber sido un fracaso absoluto.
Planteado como un enfrentamiento a los Estados Unidos, el encuentro abrió puertas en cuanto a posibilidades futuras, pero también dejó ver muchos de los problemas que enfrentará un organismo con ambiciones de representatividad y coordinación continental.
Y no se trata sólo de las diferencias político-ideológicas entre gobiernos de "izquierdas" y "derechas" empeñadas unas y otras en mantener viejas fórmulas de retención del poder, unos al viejo estilo bolchevique con comités de vigilancia revolucionaria y todo, y otros a través de instrumentos económicos y sociales.
De entrada, el drama político argentino representado por la lucha de poderes entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández-Kirchner dejó a la CELAC sin el presidente pro-témpore esperado y en alguna medida puso de relieve los problemas del populismo.
Los choques entre representantes de gobiernos de izquierda y derecha proporcionaron algunos de los momentos más ilustrativos del cinismo político latinoamericano contemporáneo, con el venezolano Nicolás Maduro y su reto a debatir sobre democracia a sus contrapartes de Paraguay y Uruguay, o Nicaragua y su acusación contra Argentina por aliarse con Estados Unidos para intervenir en sus asuntos internos.
Los gobiernos de Venezuela y Nicaragua se proclaman democráticos, pero hacen lo que pueden para evitar serlo. Los gobiernos de derecha, por su parte, tienen la ventaja del relevo institucional aunque sea para mantener sistemas tradicionalistas.
Cuba es un tema aparte: es un símbolo continental de resistencia frente a la política de embargo económico estadounidense, que obliga a justificar problemas económicos y represión política en la isla, blanco además de los intereses políticos domésticos de la influyente minoría cubano-estadounidense.
La reunión de la CELAC dejó en todo caso la impresión de que unos y otros están al menos abiertos a la posibilidad de unificar criterios en torno a necesidades comunes, como las negociaciones para vacunas contra pandemias –el COVID-19 en lo inmediato– o un fondo para emergencias.
Ese es un buen principio, más allá de que ideas como la de desplazar a la Organización de Estados Americanos (OEA) hayan quedado en intención.
La sorpresa, para muchos, fue la actuación de las naciones de habla inglesa del Caribe. Fueron de hecho un elemento moderador importante para una región donde la polarización política parece la norma.
La participación europea fue también importante. Es imposible olvidar que aún existen colonias –o territorios de "ultramar"– de Francia, Gran Bretaña y Holanda en la región.
Los Estados Unidos fueron "el convidado de piedra". Omisión deliberada que marginó, por cierto, a una isla llamada Puerto Rico.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS.
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
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