COLUMNA INVITADA

El abuso y la generación de cristal

Irónicamente han tenido la fortaleza para levantar su voz contra la normalización de la violencia

OPINIÓN

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Georgina Trujillo/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Una historia especialmente devastadora sobre incesto se presenta en el documental Allen vs. Farrow, distribuido por la plataforma de streaming HBO Max, el cual retoma aquel escándalo ocurrido hace poco menos de 30 años en el que se vio envuelto Woody Allen, uno de los directores más venerados del siglo XX, y su entonces pareja Mia Farrow.

La desgarradora miniserie de cuatro capítulos aborda de manera profunda el abuso sexual que sufrió Dylan Farrow -una de las hijas adoptivas de esta pareja- a los 7 años, por parte de Woody Allen. Por muchos años Dylan guardó silencio, pero ahora ya como una mujer mayor de edad decidió contar la historia desde su perspectiva, la cual solo algunas personas allegadas conocían.

Los argumentos que presenta el documental, basados en evidencia de las autoridades policiacas, archivos oficiales y testimonios de testigos, sirven para contar -y confirmar en gran parte- el relato que permaneció en las sombras gracias a una fuerte campaña de desprestigio que emprendió Woody Allen contra Mia Farrow (madre de Dylan) en su momento, haciendo uso de todo su poder e influencia en Hollywood para desestimar las acusaciones.

Hace 30 años se dijo de Mia Farrow lo que normalmente se dice cuando una mujer hace este tipo de denuncias: Woody Allen alegó histeria y un supuesto móvil de venganza por parte de su ex pareja para afectar su reputación. Los medios de comunicación hicieron su parte y la carrera de Farrow en Hollywood efectivamente terminó. A diferencia de ella, Allen eventualmente produciría casi una cincuentena de películas más.

Hoy, cuando Dylan Farrow salió a la luz para contar su versión de los hechos, numerosos medios y una buena parte de la opinión pública alegaron lo que también se dice en estos casos: la mujer sólo busca ganar fama a costa de la polémica, gracias a una necesidad histérica de atención. Sin embargo, hoy existe una sociedad más abierta a creer.

El abuso cometido contra Dylan Farrow, tal como en muchas otras ocasiones con otras víctimas, dio lugar a un proceso sistemático de encubrimiento por parte de grupos de poder que buscan protegerse a sí mismos, en vez de rendir y hacer rendir cuentas a los abusadores; todo a expensas -en este caso- de una niña que nunca recibió justicia.

Una gran parte de esta generación cuestiona dichos modelos de abuso y hoy exige que se terminen. Es necesario que revisemos nuestros propios trastornos como sociedad en un mundo cada vez más extraño, y que se haga un esfuerzo por desmitificar paradigmas que antes se daban por hecho sobre las mujeres. Eso incluye revisar las ideas, el arte y las políticas de nuestros líderes y héroes.

Si examinamos el acervo cinematográfico de Woody Allen, fácilmente reconoceremos un patrón. Siempre hay presente una relación entre un hombre mayor, una mujer mucho menor y hay una apología que utiliza como pretexto una clase de romanticismo tergiversado.

El artista y su arte no van separados, tampoco el político y su vida privada. Necesitamos exigir la congruencia de nuestros sistemas de creencias y de quienes las representan.

La que llamamos muchas veces “generación de cristal”, irónicamente ha tenido la fortaleza para levantar su voz contra la normalización de la violencia y el abuso. Mujeres como Dylan Farrow o más recientemente, la gimnasta multi-campeona olímpica Simone Biles, ponen el debate sobre la mesa y con ello dan voz a muchas sobrevivientes de casos similares.

Nadie debería sentirse comprometido a soportar ninguna clase de abuso, y mucho menos sentirse culpable por denunciarlo.

POR GINA TRUJILLO
COLABORADORA
@GINATRUJILLOZ

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