PASIÓN POR CORRER

El hombre que disfrutaba correr

Al ver en acción a un grande, como lo es el campeón de la maratón olímpica, Eliud Kipchoge, no se puede sentir otra cosa que felicidad

OPINIÓN

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Rossana Ayala/ Pasión por correr/ Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

Imaginemos, por un momento, que la liebre de la fábula de Esopo no se confiaba en su rapidez y velocidad, ni se ensoberbecía recostándose por un rato al pie de un árbol, donde se quedó dormida, mientras su lento rival, la tortuga, la pasaba y le ganaba la carrera. Seguro no habría moraleja en esa historia porque, sin la soberbia ni la vanidad que la cegaron, la liebre hubiera hecho una carrera perfecta y hubiera ganado sin problema. 

Eso fue lo que hizo el keniata Eliud Kipchoge, el domingo pasado, en la maratón de Tokio 2020, pues ganó con una técnica y táctica perfectas y, sobre todo, con el placer de correr reflejado en su rostro.

La humedad y el calor sofocante de la ciudad de Sapporo fueron testigos de una hazaña deportiva digna de un gran maratonista, sin duda el mejor de la actualidad y uno que ya tiene ganado su lugar en la historia. 

Kipchoge no sólo corrió como un dios del Olimpo, sino que hizo de la técnica y de la estrategia la combinación perfecta para llevarse el oro y convertirse en el último campeón de estos Juegos Olímpicos, los juegos de la resiliencia, por la pandemia del COVID-19, que, al igual que el atleta de Kenia, nos confirmaron que cuando el ser humano hace de su fuerza, su coraje, su velocidad y su espíritu, el motor que lo impulsa, somos capaces de sobreponernos a la más duras de las pruebas.

Al ver correr a un grande, como lo es el campeón de la maratón olímpica, no se puede sentir otra cosa que felicidad; mientras otros corredores expresan dolor o agotamiento en los últimos kilómetros, Kipchoge corre siempre erguido, la espalda recta, con su paso amplio, la mirada profunda al frente y esa sonrisa legendaria que le ilumina un rostro marcado por surcos, que lo hacen aparentar más edad de la que tiene. Y es que siempre sonríe en carreras agotadoras; no es porque no le duela o no esté cansado, lo hace porque disfruta corriendo maratones.

Cuando Kipchoge corre no está pendiente de los demás, sólo lo está de él mismo; sin embargo, su generosidad y deportivismo se demuestran con gestos como el saludo y la sonrisa que le devolvió el domingo en Sapporo al corredor brasileño, Daniel Do Nascimento, o el que en plena competencia tomó de la mesa de avituallamiento más de una botella de agua para compartirlas con los atletas que iban a su lado en la maratón olímpica.

Hace miles de años, Filípides llevó a cabo su hazaña para llevar un mensaje: la victoria de su ejército sobre los persas. Hoy, Eliud Kipchoge escribe otra página en la historia que empezó aquel héroe de la antigua Grecia, y que lo describe como el hombre sencillo del Valle del Rift para quien correr no sólo es un deporte, es una manera de estar en el mundo, y cuyo mensaje es que gana no sólo el más fuerte, el más veloz o el más entrenado, lo hace también el que más disfruta. 

POR ROSSANA AYALA
AYALA.ROSS@GMAIL.COM
@AYALAROSS1

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