Si alguien usa la palabra “enfrentamiento”, es muy probable que ese alguien no está haciendo su trabajo, o no como es debido. “Enfrentamiento” es una forma de decir “masacre”, y particularmente es la forma que prefieren usar el ejército o la policía luego de su paso por algún lugar que dejó lleno de cadáveres. Pero hay muchas otras expresiones que indican eso, un trabajo mal hecho. En México tenemos unas cuantas, desde la insoportable “multihomicidio”, otro sinónimo de masacre o matanza, hasta esa frase que demasiado a menudo remata e incluso encabeza una nota: “Las autoridades ya investigan el caso”, una afirmación de cuya veracidad no tenemos otra evidencia que, justamente, la declaración de “las autoridades”, muy interesadas en que nos creamos que hacen su chamba.
El alguien que no está haciendo su trabajo es un periodista. Nos lo dice uno que, en cambio, sí que lleva unos cuantos años haciéndolo y muy bien: Óscar Martínez, reportero salvadoreño con investigaciones muy rigurosas sobre el horror de la violencia en Centroamérica –las maras, la migración, la brutalidad policiaca–, habitual en algunos medios de merecida buena reputación, destacadamente El Faro, y autor de varios libros en los terrenos del periodismo de investigación (Los migrantes que no importan, La bestia), a los que ahora se suma uno de naturaleza mestiza que, lo digo como va, haríamos bien en leer y subrayar todos los que, de una forma u otra, nos dedicamos a estos asuntos: Los muertos y el periodista (Anagrama).
El libro es, de entrada, uno con muchas preguntas autoinfligidas y unas cuantas afirmaciones que no resultarán fáciles de digerir, unas y otras de una lucidez brutalmente franca. ¿Preguntas y afirmaciones sobre qué? Sobre el oficio. De entrada, sí, sobre el modo en que en El Salvador, como en México, el periodismo ha asimilado sin resistencias el lenguaje oficial (ya que estamos, no está mal preguntarnos seriamente por qué usamos tan habitualmente ese término, “autoridad”, para referirnos a un funcionario). Pero Martínez va mucho más lejos. ¿El periodismo de investigación conduce por necesidad, digámoslo así, al bien? Más aun: ¿realmente debería hacerlo? ¿En serio no es este, como decía Kapuscinski, un negocio para cínicos? ¿No tiene mucho de mito que el periodismo sirva para destronar a los poderosos, en la estela del Watergate?
Luego están las historias que aterrizan esas reflexiones: las de los cadáveres de tres chicos asesinados salvajemente, cadáveres que protagonizan la crónica viva, dolorosa, excepcional, de las investigaciones del propio Martínez, un tremendo reportero que, aun sin quererlo, como es propio de quienes dudan, ofrece un libro que, repito, en serio, deberíamos tener todos en la cabecera. Léanlo y amárguense un poco la vida. Es necesario.
POR JULIO PATÁN
COLUMNISTA
@JULIOPATAN09
CAR