El 28 de noviembre, los hondureños irán a las urnas para votar en la que se considera ya como una de las elecciones más importantes en la historia del país.
Será, dicen algunos, como optar entre la incertidumbre y la ruina.
Pero son también unos comicios que pueden tener un enorme impacto regional. Honduras no sólo se ha convertido en motivo de preocupación regional por la aparente influencia de grupos narcotraficantes, sino como origen de caravanas de migrantes sin documentos rumbo a Estados Unidos.
En 2017, las elecciones fueron el eje de acusaciones de fraude y ciertamente de un hecho desagradable: el presidente Juan Orlando Hernández y sus partidarios lograron reformar la Constitución para permitir su reelección, luego de que, en 2009, auspiciaron el derrocamiento de Manuel Zelaya con pretexto de que pretendía ese cambio. Y Hernández era entonces el presidente del Congreso.
Ahora la elección enfrenta al gobernante Partido Nacional, al que se atribuyen una corrupción generalizada y vínculos con el narcotráfico, a comenzar por el propio presidente Hernández, incluido en investigaciones estadounidenses, según revelaciones en 2019; su candidato Nasry Tito Asfura es el alcalde de Tegucigalpa, la capital del país, y está bajo indagación por el desvío de más de un millón de dólares de fondos municipales.
Del otro, está Xiomara Castro, esposa del depuesto expresidente Zelaya, candidata del partido Libertad y Refundación (LIBRE) y es la candidata favorita. Varios partidos más pequeños se han unido a lo que es efectivamente una coalición de izquierda, pero, sobre todo, una expresión de rechazo al partido Nacional y sus tácticas.
Un tercer candidato, Yani Rosenthal, del partido Liberal, aparece al último en las tendencias.
Ciertamente las últimas encuestas muestran a Castro con una ventaja sobre Asfura, pero dos factores pueden influir en esa situación. Por un lado, el gobierno inició el reparto de "bonos" de ayuda a los pobres y negocios pequeños por ocho mil lempiras, en lo que el comentarista Rodolfo Pastor calificó como una estrategia en la que "el diablo compra al pobre con lo que le robó".
Por otro, el fantasma del "comunismo" evocado por los partidarios de Asfura se reflejó la semana pasada en una manifestación contra Castro y sus aliados. El partido también presenta posiciones antiabortistas. Si la compra de votos y los temas conservadores serán suficientes para cambiar la que parece una tendencia favorable, pero no absolutamente mayoritaria hacia Castro, está por verse.
Hay una preocupación creciente respecto al proceso electoral y su desarrollo, también sobre lo que ocurrirá después: las diferencias ideológico-políticas, sociales y económicas auguran problemas y ninguno de los candidatos parece tener capacidad para ofrecer estabilidad a un país enfermo de corrupción, pobreza, violencia y problemas de medio ambiente.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS.
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