¿Por qué es tan difícil para los demócratas en Estados Unidos conectar con el llamado gigante dormido, el voto latino? ¿Por qué este es el único segmento de la población, que no solo se ha mantenido sino ha crecido en su apoyo a Donald Trump, sobre todo el voto latino masculino? En el New York Times han intentado una respuesta, debido a la atracción por el tipo de macho que representa el actual presidente. Me parece poco convincente. He intentado una especie de encuesta informal con amigos latinos intentando contestar estas preguntas a doce días de las elecciones más importantes de los tiempos modernos.
Varios de los errores repetidos de los demócratas al intentar encontrarse con la población latina de Estados Unidos son curiosos. La sorpresa de que muchos de ellos “se identifican como blancos”. Hay la presuposición de que son pues, un grupo homogéneo, en todos sentidos. Racial y políticamente. Es a la diversidad de la población latina, a sus diferencias sustanciales en donde deberían enfocarse. No es lo mismo un latino -o hispano, la confusión terminológica es significativa- de Miami que viene o de Cuba o Venezuela y el discurso de que Biden -o los demócratas en general- son socialistas les asusta y votan republicanos por miedo, que un latino de origen mexicano en California. O en Texas. O en Nevada. En cada uno de estos lugares tampoco hay homogeneidad. Pensemos en la cantidad de puertorriqueños que viven en Florida y que antes de considerarse estadounidenses se consideran latinos. Los demócratas no saben hablarle a esa pluralidad y no entienden el “fantasma” político de los latinoamericanos que han huido del fracaso para ellos del socialismo en sus países.
Más allá de ese conservadurismo hispano, lo que más importa a este grupo poblacional no es la migración, como se ha pensado, sino el trabajo. Ese debería ser el énfasis central: buenos trabajos, bien remunerados, con seguro y salud. Ese sería un discurso central. Amigos latinos de Florida están convencidos aún así que Trump ganará en su estado, 60% para los republicanos y 40% para los demócratas, lo que es mala noticia para Biden. No habrá, me dicen, “ola azul”, sino en todo caso una “ola de adultos mayores”, que son quienes deciden todavía las elecciones. Los jóvenes no votan en la misma proporción.
Otros amigos son igual de pesimistas en Carolina del Norte, donde creen que ganará Trump. Sienten que a los latinos no les interesa la política, que han dejado de creer que puede haber un cambio. No entienden que un estado como ese su voto podría inclinar la balanza y hacer la diferencia. Otros más, irónicamente, me apuntan que hay otros errores en la manera en que los demócratas se acercan a la población latina, particularmente que la inmigración es nuestra preocupación principal y aún peor, que votamos. Esos dos aspectos no han sido comentados en los artículos mencionados. Los latinos votan poquísimo y no tienen interés en hablar de algo que para ellos ya ha ocurrido, solo de la seguridad del trabajo. Por eso el tema de los Dreamers no debe ser el único.
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¿Se han fijado que en el debate presidencial caótico y en el vicepresidencial insulso no se habló nunca de lo latino, aunque se tocara, obviamente, el de la supremacía blanca y el de Black Lives Matter? ¿Por qué subestimar a la franja de indecisos de ese bloque no homogéneo que son los latinos? Sigo dándole vueltas a esa pregunta. Su efecto sería devastador en estados clave de esta elección para los republicanos si se entendiera bien, por ejemplo, el sector más joven de ese electorado. Wisconsin y Michigan pueden ser más problemáticos que Pensilvania el 3 de noviembre. El libro de Geraldo Caldava, The Hispanic Republican ofrece algunas respuestas, también parciales. El abuelo del autor pasó de ser un demócrata siempre a votar por Reagan en 1980 por la promesa de que en cada quincena su cheque tendría más dólares. Ese abuelo ha abrazado todas las promesas republicanas desde entonces. Como de la economía un elector puede terminar por abrazar la plataforma política completa de un partido. Contradice a Gary Segura quien piensa que cada vez más se puede hablar de una identidad pan-latina en Estados Unidos. Tal vez, en términos culinarios o lingüísticos, pero no políticos.
Ojalá el gigante dormido realmente despertase este noviembre.
POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU