No sobrepasan los 11 años de edad, pero ya sintieron la muerte de cerca. Tras vivir en carne propia los estragos de la guerra entre grupos armados, parecen haber perdido el miedo.
Son niños las víctimas más vulnerables que ha dejado en Michoacán la pugna por el control del territorio para la elaboración y trasiego de droga sintética.
Una de estas voces es la de Pablo, un niño de seis años que, junto a su familia de escasos recursos, fue amenazado en su vivienda por un comando que portaba armas de grueso calibre y les acusaba de ser informantes.
“Llegaron los encapuchados; merito íbamos a comer cuando salieron. Me pusieron un rifle con granadas (lanzagranadas), me apuntaron a la panza y me dio miedo; sentí que me iban a matar. Le apuntaron también a mi papá y a mis hermanos, pero no lloré”, confiesa Pablo.
En la misma escena se encontraba su hermana, Andrea, de 11 años, quien contrario a Pablo, al ver su vida y la de su familia en riesgo no pudo contener el llanto.
Ante el temor de que los criminales regresaran, optaron por huir de su localidad.
“Me da mucha tristeza dejar mi pueblo, dejar mi escuela, mis amigas”, platica la niña desde la habitación de un hotel donde se resguardaron antes de partir hacia otra localidad.
El caso de Cristian
En el municipio de Tepalcatepec vive Cristian, de 10 años, quien revela que su mayor deseo es encontrar con vida a su padre, a quien dejó de ver luego de que hombres armados los privaran de la libertad a ambos entre los límites de Michoacán y Jalisco.
Hace un año, Cristian y su padre, residente en Estados Unidos, viajaron a la ciudad de Guadalajara con el objetivo de solicitar la visa para que el menor pudiera mudarse al país vecino.
“Me dijo mi papá que no dijera nada de esto, que dijera que ya estaba en Estados Unidos. Yo quiero que esté aquí, lo extraño”, expresó.
Por Charbell Lucio