CÚPULA

Catarsis

Anagrama ofrece un fragmento del libro Rabia. Crónicas contra el cinismo en América Latina, que aborda las violencias de la región

Catarsis
Se abordan problemáticas de México, Colombia, Argentina, Cuba, Puerto Rico, Perú, Nicaragua y Chile. Foto: Especial

EL INFIERNO HUELE A MIERDA

Un Chevy azul marino avanza a toda velocidad por el carril del autobús. No lleva prisa. 

Pero corre como si alguien lo persiguiera. La adrenalina se la inyectan dos automáticas, una en el cinto del chofer y otra en la guantera. Y el coraje. Rebasa por izquierda y derecha cuando es necesario a combis, camiones de carga, coches y motos sin luces, atorados todos en el insufrible tráfico gris y espeso de Ecatepec. En este rincón asfixiante de 1.6 millones de personas se concentran los peores males de México: la miseria del asfalto y el abandono. Balazos por un celular, levantones, órale pendejo, ya te chingaste. A media hora en coche de la gran ciudad. Donde nadie ve, nadie escucha y nadie se fía de su vecino. 

Una ciudad que huele a mierda, se queja el chofer armado mientras sube los vidrios del Chevy. A ninguna autoridad le ha parecido necesario entubar el canal de aguas negras que rodea la parte baja. Como un recordatorio de que esto no es la capital. Si viniste hasta acá, ni modo. Pero ese río de agua podrida arrastra además el horror que hizo un día famosa a Ecatepec. 

A nadie se le escapa que ahí, además de heces, basura y algún animal muerto, navegan en círculos decenas de cadáveres de mujeres.

–¿Adónde vamos?
–A la morgue.

El tipo que maneja como desquiciado es un policía. El único en esta localidad con un objetivo estampado en la frente: agarrar a esos hombres, esos que matan mujeres. El problema –carajo– es que esos hombres pueden ser cualquiera. Y él sólo puede cazarlos cuando esos cabrones ya las cercenaron a machetazos, las quemaron vivas junto a sus hijos, las arrojaron al río o las asfixiaron con una cuerda y fingieron un increíble, pero a veces efectivo, suicidio.

Al llegar a una cabina de peaje, el coche se pega peligrosamente al de enfrente. Y así, como si lo remolcara, aprieta el acelerador en cuanto sube la pluma. 

–¿A poco tú sí pagas las casetas?

Resulta que la tira no. Tiene cosas más importantes que hacer. Él es el encargado, junto a otros dos o tres ayudantes, de perseguir los crímenes por los que Ecatepec no deja de espantar a México. No hay más lana que un cuchitril sin ventanas y una compu de hace mil años junto al también colapsado departamento de Homicidios. Un Chevy con el que camuflarse en los barrios bajos, sorteando baches, aguaceros y topes del infierno. Dos pistolas, una de ellas sin número de serie. Soplones drogadictos en cada esquina, halconcillos dispuestos a cantar a cambio de que hagan la vista gorda por una grapa en la cartera. No quiere que se sepa su nombre: lo llamaremos el Comandante.

Ecatepec es uno de los municipios más peligrosos para las mujeres en México. Foto: Cuartoscuro.

El Comandante guarda en su celular fotos de escenas navideñas con su esposa y sus hijos junto a otras de mujeres destripadas. Prefiere no hablar de los pleitos que su trabajo provoca cada noche en casa. Que su mujer no se ha largado de milagro. Y que ni él comprende cómo a los malos les da por joderle aún más la vida a uno. Por qué justo un día de Reyes, en lugar de atascarse de rosca y chocolate calientito, ha tenido que salir corriendo a buscar a un cabrón que quién sabe qué chingados estaba pensando, pinche demente. Pero de seguro andará por ahí y, si se apendeja tantito, se la pela y a ver cómo entonces. 

Suena el móvil. Le habían avisado de que fuera rápido a la morgue. Y corre hasta allá mientras habla, con el coraje y el olor a podrido que se cuela sin remedio por los cristales del coche. Entonces, se acuerda de los malditos chamacos. Sin la épica de la guerra del narco ni un lugar estratégico de tráfico de nada, nomás el de trabajadores rendidos que van y vienen de la capital a cambio de un puñado de pesos, en Ecatepec se mata igual que en los municipios de la frontera. 

La mayoría llegó a este extremo noreste de Ciudad de México a partir de los 80 huyendo del hambre del campo, acercándose lo máximo que le permitían sus carteras a la capital. Después, la pobreza que la violencia del narco regala atrajo a muchos más. Y poco a poco, sin control, se fueron comiendo los cerros. Casitas empinadas sin luz ni agua ni futuro cada vez más arriba. Sin más sentido de pertenencia que el de chambear durante el día y dormir por la noche.

Cuando en Ciudad de México miles de mujeres protestan contra la violencia machista, Ecatepec representa las coordenadas exactas que catalizan la rabia: el lugar donde más mujeres son asesinadas; el único rincón de México capaz de desbancar, desde hace más de una década, a Ciudad Juárez. Incluso para un país que soporta altas dosis de horror al día, 10 feminicidios cada 24 horas son muchas muertas, carajo. 

Las feministas mexicanas no tienen nada más urgente. A diferencia de sus hermanas en otras partes de la región, nada más inminente, más primario: ni el aborto, ni la igualdad salarial, ni la conciliación familiar, ni la violencia obstétrica. Dejen de matarlas. Las muertas del canal ni siquiera figuran en las listas de los feminicidios. Sin cuerpo, no son sólo más que otras decenas que se suman a los casi 100 mil desaparecidos que buscan sus madres en el país.

Silenciadas por la violencia del narco y el compadreo de las autoridades, circulan a la deriva, como si los grandes cárteles de la droga hubieran tenido algo que ver con su destino fatal. Como si el que la mató no hubiera sido su pareja, su exmarido celoso, un vecino que le tenía ganas, un tipo –que lo hubo– que confesó asesinar al menos a 20 de ellas por el puro gusto de verlas morir.

La violencia machista no sólo es mexicana, pero es en este país y en este rincón marginado con una impunidad casi total donde ha encontrado un buen sitio para instalarse. Hallan 16 cuerpos de mujeres en los canales de aguas negras del municipio de Ecatepec. Los titulares en 2015 sobre uno de los drenajes que se hicieron del llamado río de los Remedios no fueron ninguna noticia en la ciudad. Todo el mundo sabía, y sabe, que aquello era un tiradero de cuerpos. Fue una de las historias detrás del desagüe lo que enchinaba la piel.

LSN

 

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