CÚPULA

Zacatecas, tierra de arte y aridez

Creación y conocimiento son el negativo del ruido informático, y la música callada que nos reconcilia con el pathos

CULTURA

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Clausura de la exposición Zacatecas. Tierra de artistas, Casa Nuestra. Sede Histórica del Senado, mayo 2022Créditos: Senado de la República

Sensibles damas, receptivos caballeros que desde ahora nos ven y nos verán: he aquí nuestros parajes, nuestro tiempo interior, nuestro tiempo exterior en imágenes. Quietud o ruido, flujo o sosiego. Imágenes elegibles, intercambiables. Benignas terribles imágenes como un vacuo y profundo designio. La vida se nos da en imágenes, nos llega en imágenes: olvidables, inolvidables. La vida y sus ascuas oscuras, sus acoplados y desarticulados oxímoros más allá de la representación de la realidad exterior; más allá de un mundo que se ha desplazado de la quietud del conocer hacia la turbulencia de la información. Imágenes por hacer y por recuperar: pertrechas, silenciosas. Frente a la desmesura de estos tiempos que corren, redundantes en la información, poco confiables en el saber, y otra vez redundantes en su deshumanización y miopía, el arte debe optar —y creemos que está optando— por el campo semántico de lo que dice menos, cada vez menos. Imágenes receptivas y reminiscentes de lo maravilloso con briznas de materialismo histórico (Marx probándose la zapatilla de Cenicienta, por ejemplo). Ante el inconmensurable ruido del universo informático, el arte debe obligarse a tomar la forma de lo callado; ser un signo de menos, de resta, de plácida aridez.

Imágenes que se desean lavadas de las normas conocidas, desecadas al sol de la felicidad momentánea. Para Immanuel Kant, la aridez es un símbolo puro, limpio y autosuficiente, modelo de lo que el filósofo de la Ilustración quería que fuera el arte. Para Kant el arte es descanso, pues creía que ante el arte solo se nos pide que nuestras capacidades estén relajadas, aunque activas. El duplo imago del arte y el descanso, para nosotros, hoy cobra una nueva importancia: es el espacio a donde escapamos del agobiador ruido informático, de esa liquidez desbordada de sumarios e índices que nos alejan cada vez más del conocimiento y la verdad. Fiereza del monitor de la computadora, zarpazos de las páginas webs que nos reclaman absoluta atención. Nada miramos sino el tiempo que pasa, que nos arrastra sin permitirnos detenernos en lo que en realidad importa: el conocernos a nosotros mismos a través de conocer al otro. El otro que ahora, en el Facebook y en el Whatsapp, adquiere el rostro de un emoticón. Amistad sin compañía. Ausencia más que ausencia. 

Imágenes de la “amada imaginación que jamás perdona”, tersas y translúcidas como un velo hechizante de la dulce y deseable Scheherezade. 

El descanso es huida y escondrijo: retirada provisional del mundo: aridez. Pero aridez de la actividad opresiva y de la vacua interacción deshumanizada que proponen el orden digital y la infomanía, ese fetichismo de la información y los datos que nos instan a sustituir la dura idea de verdad por una idea fácil de sinceridad. Para conocer se necesita quietud; para crear, silencio interior. Los sonidos, a fin de constituirse en música —arte del tiempo— precisan de intervalos de silencio, breves e intermitentes espacios vacíos o colmados de sonora aridez. 

Imágenes en que todo se ve y todo se alcanza. Imágenes que vienen de muy lejos, de muy alto. Los 22 artistas que nos congregamos en Zacatecas. Tierra de artistas, como zacatecanos conocemos lo que es la aridez por nuestra ubicación en Aridoamérica, pero también conocemos de esa otra que da forma al conocimiento y al arte. Los artistas zacatecanos creemos que el arte y el conocimiento son el negativo del ruido informático, y son la música callada que nos reconcilia con el pathos, el sufrimiento humano que hace que nos empatemos, hermanemos con el otro: el otro que es el ser social, el otro que también somos, familiar como los misterios del día, hermoso y terrible como la vida que a veces no nos deja vivir, caso de estos tiempos infaustos y violentos.

Pero los artistas zacatecanos asumimos, como lo pensaba el mayor poeta surrealista, André Breton, que el arte, como la poesía, permiten toda escapada sobre la miseria del mundo.

Imágenes. Tantas y tántricas imágenes. Y ahora de una dialéctica estable y sorpresiva: los artistas zacatecanos tenemos una invariante como consigna: ser los mismos que no dejan de ser cada vez otros. Los artistas zacatecanos, a veces nos olvidamos de nosotros mismos, pero nunca del sitio que pisamos.

Imágenes también de la vida perdurable, porque los artistas zacatecanos confiamos en esta frase refrescante de Theodor W. Adorno: “El arte es la apariencia de aquello a lo que la muerte no alcanza”. Pero a la vez, los artistas zacatecanos no deseamos un arte que siga adelante mientras sea rentable, y su reiterada repetida manufactura haga olvidar que ha muerto. Porque los artistas zacatecanos no creemos en la experiencia en el arte, sino en la crisis de la experiencia como su modo de expresión, de ahí que adoptemos, desde hoy para nosotros, esta frase de Séneca: “Hace falta toda una vida para aprender a vivir”.

He aquí, pues, nuestro movimiento, nuestro clima, nuestras furias y penas en imágenes: arcas de la alianza, rosas místicas. Imágenes religadas, protectoras: salud de los enfermos, refugio de los pecadores. Imágenes reconciliadoras, emancipadoras, excepcionales como la amistad y el amor erótico. Imágenes de la bella y convulsiva libertad, de la libertad como lo único que genuinamente tiene el poder de exaltar a la mujer y al hombre. Imágenes, en fin, de la vida a secas, de la vida buena, de la vida equilibrista, de la vida que se deconstruye y reconstruye cada día.

Larga vida al arte.

PAL