CÚPULA

De la Cúpula al Ágora

La divulgación cultural hace un trabajo hormiga de creación de públicos

CULTURA

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Los medios de comunicación no son un sitio de aprendizaje ni tienen por qué serloCréditos: El Heraldo de México

En otra vida –otra vida mía, pero también otra vida del mundo, en que la televisión marcaba pauta–, fui una estrella de la televisión cultural. (Lo que equivale a ser una estrella muy pequeñita: digamos un lucerito –aunque no, por fortuna, Lucerito). En un canal público, fui parte de un exitoso programa de panel cuyos participantes dábamos respuesta a dudas y preguntas del público sobre temas de lengua y literatura; y en el noticiario matutino de uno privado presenté un segmento de cartelera cultural comentada, una de cuyas emisiones semanales me llevaba a transmitir cada semana desde un museo diferente y a glosar la curaduría y las piezas en exhibición.

En aquellos años, la gente me decía cosas generosísimas sobre mi trabajo, la más extravagante de las cuales era que, gracias a él, aprendía. Lo cual es por fuerza falso. Los medios de comunicación no son un sitio de aprendizaje ni tienen por qué serlo. 

Al carecer de interlocución, y por tanto de avenidas para la discusión ordenada, al fluir al ritmo frenético del ciclo noticioso y, en el caso de la televisión y la radio, de una lógica de transmisión que impide pausar, regresar, revisar, reflexionar, los medios son la encarnación de ese fenómeno del siglo XX que el francés Gilles Lipovetsky llamara “el imperio de lo efímero”, que sigue la lógica de la moda –la obsolescencia planificada–, y que resulta por definición en productos desechables (la transmisión en vivo que no volverá, el periódico de papel que al día siguiente no servirá más que para envolver pescado).

Que los contenidos de los medios de comunicación –incluidos los culturales– sean desechables no los hace, sin embargo, carentes de valor: instrumentos de enseñanza no son, pero acicates para la inteligencia sí.

Nadie dominará el español o entenderá las complejidades formales y filosóficas del Ulises de Joyce por ver La dichosa palabra. Nadie se hará un experto en arte popular mexicano, arquitectura de la Ciudad de México o impresionismo por leer semana a semana Cúpula. No es ésa la función de estos productos mediáticos. Para lo que sí sirven es para poner temas en el mapa y con ello introducir al público a fenómenos culturales que no estaban hasta entonces en su radar. No bastará, sin embargo, con listarlos y resumirlos: al hacerlos materia de análisis y comentario, y al presentarlos en el contexto seductor y espectacular que es propio del lenguaje mediático, los productos de divulgación cultural lograrán transmitir el gozo sensorial e intelectual que deriva del consumo de las grandes manifestaciones de la creación humana, su capacidad no sólo para divertir sino para interpelar al lector o al espectador y conducirlo a cuestionamientos sobre lo que piensa y lo que siente, sobre su propia identidad y su propia vida, y sobre el mundo que habita.

La divulgación cultural hace un trabajo hormiga de creación de públicos: forma lectores de libros, de películas, de obras de artes visuales y escénicas. Con ello, aviva la inteligencia y enriquece nuestra experiencia de estar en el mundo y de dialogar con él. Es un dispositivo privilegiado para uno de los procesos indispensables a las sociedades democráticas: la construcción de ciudadanía.

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