La sala de la Orquesta Filarmónica de Nueva York en el Lincoln Center está en obras y mientras tanto la agrupación toca en la Sala Alice Tully Hall, más pequeña y cuya acústica permite una calidad y transparencia de sonido que regocijan a músicos y melómanos. Es ahí donde el 9, 10, 11 y 12 de marzo se estrenó la obra Clara, comisionada a Gabriela Ortiz por la orquesta y su director invitado Gustavo Dudamel, quien ha dejado de ser una joven promesa para convertirse en un músico maduro y mesurado, y uno de los pocos que también es una figura mediática, como lo fue en su momento Leonard Bernstein. Cada uno de los directores invitados durante esta temporada a la orquesta, que está por cumplir 180 años, está también haciendo una audición para ver quién será el sucesor de Jaap van Zweden, el actual director, correcto y predecible, quien ha anunciado su retiro. La reacción inmediata de The New York Times, al día siguiente del primer concierto de Dudamel, fue nominarlo: “Dudamel representa el futuro, de la misma manera que Van Zweden el pasado”. A su vez, Deborah Borda, directora administrativa de la orquesta, comentó que la filarmónica no sólo debe representar a la cosmopolita Gran Manzana, sino a todo el continente: “mi padre era colombiano, Dudamel es venezolano y Gabriela Ortiz es mexicana, nosotros representamos el futuro de esta orquesta”.
La recepción del público a Clara fue una aclamación, largos aplausos con el público de pie. El éxito espectacular de Gabriela Ortiz con esta obra abre un capítulo inédito en la música mexicana y en la propia carrera de esta brillante compositora, pues en México sólo Carlos Chávez había recibido un encargo de la Filarmónica de Nueva York, en tiempos de Bernstein, su Sexta Sinfonía. Ortiz es hoy, sin duda, la compositora mexicana más importante después de Revueltas.
Con el estreno de Clara, el director venezolano se presentó no sólo como un intérprete maduro, cuidadoso y expresivo del repertorio romántico, (las otras dos obras del programa fueron la Primera y Segunda Sinfonías de R. Schumann) sino además como la batuta que trae un nuevo repertorio que permitirá a la filarmónica ocupar la preeminencia que había perdido con directores enfocados en repertorios trillados o en obras contemporáneas de difícil comprensión.
La obra no trata de recrear, ni citar ningún paisaje de la obra de Robert, ni de Clara Schumann, sino analizar cómo los encuentra Gabriela, dentro de su mundo sonoro y luego invitarlos a que la visiten en su propio territorio, en tierra de Revueltas, Bartók, Stravinsky y de las músicas tradicionales de toda América Latina. Después de experimentar con música electroacústica y varios lenguajes contemporáneos, quizás a partir de Altar de Muertos y de obras como Altar de Cuerda, D’Colonial Californiano, Kauyumari, Fractalis, Antrópolis y Yanga, Gabriela ha entrado a un periodo de madurez y plenitud, caracterizado por una certeza en el uso de su voz musical frente a eventos sociales y con la fluidez de una compositora que sabe cómo captar el espíritu de su tiempo en el marco de su vida: de alguna forma, todas estas obras tienen algo de autobiografía.
Clara utiliza la misma orquesta romántica de Schumann y tiene cinco secciones: Clara, Robert, Mi respuesta, El inconsciente de Robert y Siempre Clara. No son ni citas, ni recreaciones, sino una evocación de los sonidos íntimos de estos personajes icónicos del amor romántico, de la pasión y la locura, de los paisajes llenos de fantasmas y luces tenues del atardecer, como la poesía de Heine. Esta melancolía romántica es el común denominador que une a Schumann, Schubert y Beethoven y que Ortiz recrea magistralmente con su voz y en el contexto de los días que vivimos. La obra inicia con una figura de dos notas rápidas, será el leitmotiv de toda la obra, inmediatamente aparece el oboe marcado molto espressivo, con un pasaje inolvidable y es ahí que el sentido del tiempo se suspende. La compositora escribe: “la música nos permite acceder a una concepción del tiempo no lineal, más bien circular, donde el pasado (ellos) y el presente (yo) nos podemos encontrar, conocer y dialogar. En esas conversaciones imaginarias de carácter poético y musical comienza a nacer en mí un diario íntimo, lleno de matices, de confesiones y de contradicciones internas que encuentran en la música su propio referente, su propio significado y coherencia interna, expresando todo aquello que no se puede leer ni explicar, sino más bien escuchar. Me gusta pensar que es a través de Clara que Clara Wieck Schumann está aquí, en esta sala de conciertos”. Todo el público, orquesta y director respondimos al conjuro.
En la parte central de la obra Mi respuesta, Gabriela invita a la pareja a su mundo, a música de fuerza rítmica y los colores característicos de su lenguaje, de una vitalidad única que nace de las entrañas de la tierra en la que nacieron Silvestre y ella misma. El título de esta sección se refiere a una cita controvertida en la que Clara escribe: “'Antes creía tener talento creativo, pero he abandonado esa idea; una mujer no debe desear componer —no hubo nunca ninguna capaz de hacerlo—. ¿Quiero ser yo la única?' La cita ha sido rebatida como algo fuera de contexto, más el hecho es que habiendo sido sojuzgada por su padre, también se puso al servicio de Robert Schumann. Esta pieza representa un reconocimiento a Clara, un homenaje y mi respuesta definitiva y absoluta a su pregunta, poniendo de manifiesto su labor artística”.
Vitalidad rítmica y lirismo, contrapunto y colores orquestales desembocan en un pasaje acuático, el agua de las lágrimas, los instrumentos de madera usan técnicas extendidas de forma orgánica y “natural” para llevarnos al Atlcahualo, la fiesta mexica del sacrificio de los niños para propiciar lluvias, de los inocentes que dejan la vida, de los silencios de Clara y de Sor Juana, de un “ni una más” a la violencia contra las mujeres. Al final un largo silencio, después una ovación interminable. La música mexicana ha comenzado un nuevo capítulo y el nombre de Gabriela Ortiz encabeza la historia.