Habían pasado 4 años desde que no se veían. Tras una ruptura dolorosa, sentida, innecesariamente cruda y llena de torpezas, ambos habían tomado sus respectivos caminos y acordaron jamás volver a unirlos. Fue hasta aquella fila, en una saturada panadería en Nochebuena, que el encuentro fue inevitable. Él fue el primero en saludar:
¡Por supuesto que te iba a encontrar aquí! –haciendo una broma referente a la clara debilidad de Olivia por el pan dulce y los postres–.
¡Octavio! –gritó ella, mientras abría sus grandes ojos negros y colocaba una cara de susto digna de la aparición de un muerto–.
¡Tanto tiempo! ¿Qué haces aquí? –no se suponía que tenía que verlo, por mucho tiempo Olivia evitó visitar todos los lugares en los que había una posibilidad de encontrarlo. Esa tarde, al parecer, su instinto le había fallado, se había acercado demasiado a “sus territorios”–.
¡Comprando pan!, cenaremos esta noche, no lejos de aquí. Me tocó llevar las baguettes y un postre. ¿Y tú? ¿No pasas navidad en Querétaro, con tu familia?
¿Cenaremos? ¿Tú y tu pareja? –respondió ella con frialdad–.
¡No! Cenaremos mi mamá y yo, con mi hermano, él es nuevo vecino de la zona. Yo no estoy con nadie, pensé que lo sabías. ¿De verdad no irás a Querétaro? ¿Tu mamá no está furiosa de que este año le falles?
¿Por qué habría de saberlo? No, no iré a Querétaro. Este año la familia completa vino para acá. Y yo vine aquí a buscar el postre.
¡Pedido 35! Señorita Olivia –se escuchó una voz de fondo–.
¡Yo! ¡Aquí estoy! ¿Ya está pagado? ¡Perfecto! Muchas gracias.
Me tengo que ir, me están esperando –interrumpió Olivia, evitando una conversación que estaba segura, no quería tener–. Pero me dio mucho gusto saludarte.
¡A mí más! ¿Sabes que estos días me he estado acordando de ti? ¡En serio qué bonito encontrarte!
–insistió Octavio, eran claras sus ganas de alargar unos segundos aquel encuentro–.
¿Qué dices? Seguro no te acuerdas de mí jamás. ¡Salúdame a tu familia! ¡Felices fiestas!
Y así la vio partir, tal como la recordaba: impecable, con el olor al perfume que ha usado por incontables años, con prisa y mil cosas cargando a la vez, las mismas costumbres que, hacía un tiempo, él llegó a pensar que odiaba.
Su noche estaba completa. Recogió el pan que había ordenado como pretexto por el que cruzó toda la ciudad con tal de, por “casualidad”, cruzarse con ella, al menos un instante. No, su hermano no era nuevo vecino de la zona, él no tenía nada que hacer ahí. Sabía que ninguna Navidad estaba completa para Olivia sin el famoso postre de nuez de ese lugar. Tres Nochebuenas seguidas haciendo el intento. Por fin lo había conseguido.
¡Felices fiestas, amor de mi vida! –murmuró–.
Por Paloma Franco.
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