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FONART

Rumbo al siglo de artes populares

De las artes populares no sólo se nutrió el indigenismo, sino también el arte moderno mexicano

CULTURA

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“EL GIGANTÓN” PARA DANZA DEL CALALÁ (ACCESORIO PARA ESPALDA). Oliver Velázquez, hacia 1970. Suchiapa, Chiapas. Madera tallada y laqueada, colmillos, espejos y plumas de gallo. 142 x 125 x 58 cm. Col. Acervo de Arte Indígena / Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. Foto: Michel Zabé.

Hace casi un siglo, en 1921, se empezó a hablar formalmente de artes populares, a partir de una publicación y una exposición que conmemoraron el centenario de la Independencia de México, organizadas por Gerardo Murillo, Dr. Atl. Estas acciones fueron un parteaguas en el destino del quehacer artístico de los pueblos y comunidades del país. En esa época, en que había terminado la fase armada de la Revolución, estaba expuesta la lacerante realidad económica y la situación de desigualdad de los pueblos indígenas, mismas que debían superarse –de acuerdo con los paradigmas políticos e ideológicos del momento– bajo una idea de modernidad y asimilación, con todo lo que eso implicaba.

El Estado mexicano se valió de la imagen de estos pueblos para construir una retórica nacionalista basada en el ámbito rural y la folclorización de las tradiciones indígenas, en el que la producción cultural constituía no sólo parte del discurso, sino que serviría para mejorar las condiciones económicas de los creadores y sus familias.

COSTAL. Primera mitad del siglo XX. Cultura cora. Santa Teresa, Del Nayar, Nayarit. Algodón hilado a mano y lana teñida con añil, tejidos en telar de cintura con técnica de tela doble. 18 x 17 cm. Col. Acervo de Arte Indígena / Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. Foto: Michel Zabé.

Ideales posrevolucionarios

De las artes populares no sólo se nutrió el indigenismo, sino también el arte moderno mexicano. A la exposición de 1921 siguieron otras de similar importancia, así como la instauración del Museo de Artes Populares del Palacio de Bellas Artes (1934), los museos regionales de Pátzcuaro (1938) y del Estado de México (1944), y el Museo Nacional de Artes e Industrias Populares (1951), que complementaron los discursos y colecciones etnográficas del antiguo Museo Nacional (mudado al de Antropología, en 1964). Todo ello estaba basado en ideales posrevolucionarios consolidados, encabezados por la élite intelectual, política y artística de la época.

Paralelo al “mecenazgo” del Estado en la promoción y fomento de las artes populares, coleccionistas mexicanos y extranjeros generaron progresivamente publicaciones y acervos que, en conjunto con la consolidación de disciplinas antropológicas, primero, y más adelante de la historia del arte y las ciencias del museo, influyeron en la evolución del movimiento primigenio durante todo el siglo XX.

PARA EL FIN DEL MILENIO. Corrientes de reconocimiento de los recursos artísticos derivaron en nuevas maneras de concebir las artes populares. Foto: Michel Zabé.

Hacia el último tercio de la centuria, con la diversificación de las acciones mediante instituciones como el Fonart (1974) o el Museo Nacional de Culturas Populares (1982), así como la concurrencia académica, de organizaciones no gubernamentales y privadas, y organismos de otros países, se generaron nuevos modelos para el estudio, protección, desarrollo, difusión y comercialización de las artes populares. Para el fin del milenio, corrientes de reconocimiento de los recursos artísticos y de la autoría individual de las obras derivaron en nuevas maneras de concebir las artes populares, particularmente desde el programa de Grandes Maestros del Arte Popular y la apertura del Museo de Arte Popular (2006).

Artes populares

En la actualidad, se espera que las artes populares transiten hacia nuevos horizontes, menos colonialistas, en los cuales los creadores y sus tradiciones culturales sean los protagonistas, apoyados por científicos y especialistas, programas e instituciones diversas que contribuyan a reconocer las cualidades etnográficas, estéticas e históricas de las obras de arte tradicional, como producto del conocimiento colectivo y de la intelectualidad y sensibilidad personal.

No sólo las aspiraciones democráticas y las sesgadas políticas gubernamentales deben respaldar los procesos de los pueblos, sino confluir con nuevos paradigmas impulsados en entidades como el Museo Textil de Oaxaca. La historia debe ser de utilidad al futuro, para que la sociedad en su conjunto se eduque, admire y consuma arte popular y, con ello, contribuir a su pervivencia, en tanto que las colectividades productoras y sus artistas tengan las condiciones para seguir reproduciendo sus modos de vida y pensamiento.

Por Octavio Murillo Álvarez de la Cadena

 

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