Por Ana Camila Tavira Marrufo
En una tarde de verano cualquiera, poco antes de que las lluvias comenzaran y el semestre de la universidad lo hiciera, en la Ciudad de México, donde se escucha el ruido de los cláxones por el tráfico, los gritos de los vendedores ambulantes y la contaminación que pinta el cielo azul de gris, existe un lugar donde hay magia ocurriendo en las pantallas y parece que el tiempo se detiene para todo aquel amante del séptimo arte. La Cineteca Nacional, es un espacio que, más allá de proyectar películas, se ha consolidado como un hogar y refugio cultural. Es la resistencia ante el mundo digital que cada día nos ahoga más.
La Cineteca Nacional fue fundada el 17 de enero de 1974, creada con la misión de preservar, restaurar y difundir el cine mexicano, así como el cine internacional. A pesar de ser un lugar que transmite tanta paz, no ha estado exento de intentos de daño, de acuerdo con las personas que recurrentemente asisten al recinto y con lo que relata el documental “Los rollos perdidos” del gran director Gibrán Bazán.
La tarde del 24 de marzo de 1982, un incendio que parecía no tener fin arrasó con las instalaciones, consumiendo más de 6,500 rollos de películas, 9,000 libros y más de 2,300 guiones. El fuego inapagable ardió durante más de 16 horas, y las pérdidas del material fílmico fueron irreparables. Sin embargo, como si de un ave fénix se tratase, la Cineteca renació de las cenizas y fue reinaugurada el 27 de enero de 1984.
Después de aquel fatídico incendio, se tuvo la iniciativa de restaurar cintas y, con el tiempo, digitalizarlas. Así, se asegura que las películas más valiosas del cine mexicano no se pierdan, otorgándoles el valor que realmente merecen. Cada película restaurada es un regalo para la comunidad cinéfila. Los laboratorios de restauración son oscuros y fríos, completamente distintos al entusiasmo del equipo que trabaja dentro de ellos. Apasionadamente, explican a los estudiantes curiosos que pasan por ahí cómo los cortes, la corrección de color y la edición de sonido se convierten en todo un arte al restaurar una película antigua como “Los Caifanes”.
Foto: Camila Tavira Marrufo
Uno de los aspectos que hacen única a la Cineteca Nacional es que no solo es un espacio para consumir cine, sino también un lugar donde la arquitectura y el diseño son dignos de admiración. El recinto, ubicado en Coyoacán, Ciudad de México, fue transformado entre 2011 y 2012. El proyecto estuvo a cargo del arquitecto mexicano Michel Rojkind, quien se encargó de ampliar y modernizar el diseño. Las paredes altas combinan perfectamente con los tonos minimalistas de la construcción, y los árboles en los jardines son el lugar ideal para aquellos que, al salir de sus funciones, desean descansar y disfrutar de la brisa fresca acompañada de los tenues rayos del sol. Sin duda, es un oasis de calma en una ciudad tan compleja.
En el corazón de la Cineteca se encuentran diversas tiendas, perfectas si se busca algún souvenir relacionado con el cine. Ofrecen todo tipo de rarezas, desde una réplica de un Gremlin hasta calcetines alusivos al afamado programa 31 minutos. La iluminación tenue de estos locales, con luces amarillas, da la sensación de estar viviendo dentro de una película. Los precios son accesibles, con CDs o DVDs desde $20 hasta pósters originales de películas clásicas que alcanzan miles de pesos. Hay algo para todos los gustos.
La Cineteca no solo es un archivo cinematográfico del que se puede hacer uso para investigaciones o por placer, sino que también es un baúl de recuerdos donde las historias del pasado convergen con las realidades del presente. Aquí se abren las puertas a nuevos cineastas de todo el mundo que, lamentablemente, son ignorados por los circuitos comerciales y las distribuidoras. El gran compromiso de la Cineteca con la diversidad fílmica llena de sueños a todos aquellos que aspiran a formar parte del mundo del cine.
La Cineteca Nacional ha jugado un papel crucial en la proyección tanto del cine clásico como del cine contemporáneo, haciendo un gran esfuerzo por exhibir filmes de calidad y mostrando que México sigue siendo una potencia creativa con historias que trascienden fronteras, como "Amores Perros" o "Roma".
Foto: Camila Tavira Marrufo
En esta época en la que la inmediatez domina nuestras interacciones, ir al cine se está convirtiendo en un acto de homenaje a la cultura. A pesar de que las plataformas de streaming ofrecen películas y series a demanda, la experiencia de ver una película en una sala amplia y oscura, con los típicos asientos de piel o terciopelo, compartiendo risas o lágrimas con otros espectadores, es algo invaluable.
La Cineteca Nacional ofrece algo que ninguna plataforma digital puede: asistir a una función que se convierte en un evento comunitario. Los espectadores no solo consumen la película, sino que se adentran en una atmósfera que invita a la reflexión. En los pasillos de la Cineteca es común ver grupos de personas discutiendo y compartiendo lo que acaban de ver, generando un diálogo que difícilmente se tiene después de ver una película en casa.
En definitiva, la Cineteca Nacional es mucho más que un cine, es un viaje sensorial y un refugio para los amantes del séptimo arte. Cada visita es una nueva aventura, una oportunidad de descubrir historias y perspectivas que enriquecen el alma de todo aquel que pasa por allí. Sumergirse en este espacio es una experiencia única e irrepetible.
Creada por Camila Tavira Marrufo
