Dicen que los caminos del Señor son insondables, y eso ha quedado de manifiesto en la vida de algunos santos que, a pesar de llevar una vida alejada de la religiosidad, se convierten en importantes representantes de la fe.
Es el caso de San Germán de Auxerre, quien gozó el lujo de la nobleza en las Galias y lo dejó todo cuando fue denominado obispo y le fue encomendada una tarea titánica: la de llevar el evangelio a las Islas Británicas.
¿Quién fue San Germán de Auxerre?
Nacido en Auxerre, en la actual Francia, en el siglo cuarto, Germán provenía de una de las familias más nobles de las Galias, por lo que pudo estudiar derecho y elocuencia, convirtiéndose en un destacado jurista.
Su relevancia fue tal que el emperador lo nombró uno de los seis duques de las Galias, encargado de la región de Auxerre. Allí, entró en alguna enemistad con el obispo local, San Amador, pero las enseñanzas del prelado lograron cambiar su manera de pensar.
A la muerte de San Amador, Germán fue elegido como el nuevo obispo de la región. Al tomar el cargo eclesiástico, el noble repartió sus riquezas entre los pobres y mandó a construir un monasterio, consagrado a los monjes Cosme y Damián.
Sin embargo, su mayor reto fue el de evangelizar las islas Británicas, a donde acudió por lo menos dos veces, una de ellas acompañado por quien se convertiría en el Santo Patrono de Irlanda, San Patricio.
Sus obras, además de afirmar la fe, también tuvieron como objetivo ayudar a las personas que sufrían hambre y otro tipo de penas. Finalmente, San Germán murió el 31 de julio del año 350 en el pueblo italiano de Rávena.
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