La última vez que me hice esas preguntas fue demasiado tarde, me anunciaron la muerte de mi abuelo durante la madrugada por un infarto fulminante. Fue en aquellos terribles días en que me di cuenta del poco valor que les damos a los ancianos.
Según la Ley de los Derechos de las Personas Adultas, publicada en el Diario Oficial de la Federación en 2002, las familias de las personas adultas deberán cumplir con las funciones correspondientes a su cuidado y seguridad social. Entre estas obligaciones están las de dar alimentos, promover la convivencia familiar con el adulto mayor, evitar toda forma de discriminación y atender sus necesidades psicoemocionales.
Sin embargo, a pesar de que dichas responsabilidades se presentan dentro del marco de una ley, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en México son muy pocas las personas de la tercera edad que reciben apoyo de familiares o amigos cercanos. En concreto, sólo el 6.5% recibe ayuda de familiares que residen en el extranjero y el 16.4% reciben ayuda de familiares que viven en el país.
Por su parte, la Asamblea general de las Naciones Unidas exhortó a los países a integrar dentro de sus programas nacionales los llamados Principios de las Naciones Unidas en favor de las personas de edad, los cuales incorporan, entre otros, un punto fundamental: el poder gozar del cuidado y protección de su familia y la comunidad en la que se encuentran para tener acceso a alimentación, agua, vestimenta, vivienda y atención de salud.
Pero mientras que en Japón son altamente respetados por ser considerados fuente de sabiduría, y en China existe una ley para que los hijos visiten a sus padres, en México no cuentan con un apoyo permanente de sus familiares. Con base en la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica publicada por el INEGI en 2019, cuatro de cada diez personas de 60 años o más que viven solas, es decir el 41.4%, son económicamente activas. Esto supone que dentro de sus fuentes de ingreso, la principal es su propio trabajo, además de las jubilaciones o pensiones y los programas de gobierno.
Pero, ¿cuál es la solución? Me parece que la más cercana que tenemos es la de hacerlos sentir amados y valorados, que pueden aportar algo a nuestra vida y sociedad. Todos deseamos sentir esto y lo buscamos constantemente. Podemos planearlo para ellos también, creando una red de apoyo que les dé las herramientas necesarias para seguir cultivando sus talentos. La vida sigue después del retiro, sólo hay que ayudarles a planearla.
De acuerdo a un artículo publicado por el Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés) una de las posibles soluciones es desarrollar incubadoras de talento con asesores de carrera especializados en trabajos para la tercera edad para que se inserten dentro de la sociedad y sean incluidos en la participación ciudadana. También pueden hacer una gran diferencia cuando son incluidos en iniciativas sociales como el voluntariado.
La pregunta es entonces: ¿estamos dispuestos a invertir nuestro tiempo en su vida e incluirlos en la nuestra? Con la muerte de mi abuelo aprendí que los abuelos son valiosos y que no puedo sumergirme en la vida cotidiana y olvidarme de ellos.
Hice lo que estaba en mi mano para incluirme en su vida y dedicar el tiempo con ellos: visitarlos y hacer proyectos juntos, como el de un pequeño huerto en su jardín. Me enseñaron a comer con el dulce sabor de la propia cosecha. Con mi abuela planeo hacer un recetario para dejar su legado de recetas en la familia y no se pierda. Con mi abuelo una biografía sobre su niñez en Río Blanco, Veracruz.
mgm