Columna invitada

El carril de la calma

Pensé en Orwell, en cómo describía la complejidad de las emociones humanas, cómo la ira es un mecanismo de defensa, una forma de aferrarse a algo cuando todo parecía perder el sentido

El carril de la calma
Mónica Salmón / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

Mientras conducía por una carretera de dos carriles, escuchando Rebelión en la granja de George Orwell, me encontré con una de esas situaciones cotidianas que, sin previo aviso, despiertan emociones profundas. Un conductor detrás de mí, furioso, me lanzaba luces, tocaba el claxon y me hacía gestos agresivos. La primera reacción fue automática, casi instintiva: explicarle que no podía ir más rápido porque la carretera estaba mojada y que no podía adelantarme por los tráileres que ocupaban el otro carril. Pero en ese instante algo se detuvo dentro de mí. Recordé el mensaje que mi hermana Ruth me había enviado por Instagram, donde me decía que no valía la pena engancharse con la ira ajena, y de repente tomé conciencia de que esa ira no tenía nada que ver conmigo.

El conductor estaba tan alterado que me pregunté qué lo habría llevado a tal nivel de desesperación. Quizá algo en su vida personal le hacía sentir que todo lo que le rodeaba debía ser controlado con agresividad, tal vez una frustración con las mujeres o, simplemente, un mal día que lo había puesto al límite. Me pregunté si su rabia era la manifestación de algo mucho más profundo, algo que ni él mismo entendía. ¿Y qué podía hacer yo ante eso? Mantener la calma y seguir mi camino sin perder el centro.

Es curioso cómo, en momentos como este, uno puede acceder a reflexiones profundas. Pensé que, por mucho que me molestara, la clave no estaba en lo que él hacía, sino en lo que yo elegía hacer. La rabia ajena, como bien sabemos, es una emoción que muchas veces nos es extraña, pero es tan fácil caer en la trampa de la confrontación. Sin embargo, supe que no podía permitir que eso me sacudiera ni a mí ni a mi hijo, que estaba dormido en el asiento del copiloto, ajeno a la tormenta emocional que yo estaba viviendo.

Imaginé al conductor furioso como uno de esos cerdos de Rebelión en la granja, un líder autoritario que sólo perseguía su propia velocidad sin importarle el clima ni las vidas que ponía en peligro. Al igual que el cerdo que modifica los mandamientos para justificar sus privilegios, este conductor manipulaba la carretera a su antojo, encendía luces, tocaba el claxon, me intimidaba. Filosóficamente, ambos representaban la misma corrupción del control, convertir un impulso, la necesidad de imponerse o de llegar primero, es una  arma contra los demás. A esos seres de dos patas, que parecen humanos pero actúan con una violencia desmedida, son a quienes hay que temer.

Pasaron minutos que me parecieron eternos, pero logré mantenerme en calma. Pensé en Orwell, en cómo describía la complejidad de las emociones humanas, cómo la ira es un mecanismo de defensa, una forma de aferrarse a algo cuando todo parecía perder el sentido. ¿Por qué esa furia? ¿Qué se escondía detrás de su claxon y de sus gestos? Tal vez, al igual que el hombre descrito en Rebelión en la granja, ese conductor estaba tan atrapado en su propia historia que no era capaz de ver más allá de su rabia. Y aunque esa rabia no me pertenecía, era difícil no dejarse influir por su energía.

Finalmente pude moverme al lado derecho y dejarlo pasar. Me tocó el claxon con aún más violencia, pero yo ya no lo miré. No valía la pena. Esas pequeñas decisiones, como no entrar en el juego de la agresividad, tienen un impacto enorme en nuestra paz interior.

Querido lector, esa rabia ajena, tan fácil de captar, nos conecta con la parte más primitiva de nosotros, pero ¿es realmente nuestra? Lo que no podemos olvidar es que las emociones de otros no nos definen ni nos deben mover de nuestro centro.

 Al final, lo que realmente importa no es cómo los demás nos perciben ni cómo reaccionan frente a lo que hacemos, sino cómo elegimos vivir nosotros mismos. 

¿Querido lector, a ti que te roba la paz?

POR MÓNICA SALMÓN

@MONICASALMON_

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