Columna invitada

El diablo en campaña

Si alguien quiere saber lo que no debe hacerse en una disputa electoral debe leer El diablo en la campaña. Alvaro Vargas Llosa tenía 23 años cuando acompañó a su padre como su portavoz

El diablo en campaña
Daniel Francisco / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

“Lo mejor que puede ocurrir, Mario, es que pierdas las elecciones. Así, habrás dado un gran ejemplo y te habremos recuperado”. Son las palabras que le dijo Octavio Paz a Mario Vargas Llosa antes de que la campaña electoral devorara al novelista. El resultado de esas elecciones de 1990 lo sabemos. El escritor fue triturado por el sistema, por los políticos profesionales, por los enemigos que brotaron de los lugares menos esperados.

Esa aventura permitió a Vargas Llosa ver a los ojos al monstruo, fue testigo, de manera directa, de la operación para difamar a los opositores. Las campañas negras presenciadas en primera fila. Desde las tradicionales, las apegadas a los manuales básicos de calumnia, hasta las estrategias sofisticadas que detalla Alvaro Vargas Llosa en su libro El diablo en campaña.

Uno de estos ejemplos fue la lectura en el canal 7 de Perú, a la hora de mayor audiencia, de fragmentos de El elogio de la madrastra: “en la voz de un locutor que pronunciaba, con el ceño fruncido y aire de reprobación, cada una de las expresiones más osadas del texto”.

Si alguien quiere saber lo que no debe hacerse en una disputa electoral debe leer El diablo en la campaña. Alvaro Vargas Llosa tenía 23 años cuando acompañó a su padre como su portavoz. Lo que uno encontrará son las reflexiones de un soñador, alguien que nos explica la osadía del líder que quería jugar limpio y emprender una cruzada pedagógica para explicar su ideología liberal.

Pero en el fragor de la batalla se encontraron con el poder de los grupos de presión y de los mensajes negativos distribuidos desde todas las plataformas: prensa, radio, televisión.

Estamos arriba en las encuestas. Esa frase permea en las páginas del libro. Ese espejismo terminó por confundir al cuarto de guerra del escritor. La realidad derrotó al fabulador, quien perdió el control de sus propias páginas, la narrativa la escribieron sus enemigos.

Al final del texto se describen esas horas de derrota y tristeza. Alvaro comparte las palabras que Gonzalo Vargas Llosa, su hermano, escribió al patriarca: “Bienvenido nuevamente, maestro, al lugar donde siempre perteneciste: tu escritorio. Es desde aquí, y no desde el sillón presidencial, donde batallando con tus demonios, seguirás contribuyendo al progreso de tu país y de la humanidad en general…

La derrota en las urnas no significa, pues, sino un triunfo para aquel mundo que ya reclamaba tu presencia: la literatura”.

POR DANIEL FRANCISCO
Subdirector de Gaceta UNAM
@dfmartinez74

MAAZ

 

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