La semana pasada, en medio de otra oleada de violencia, una niña le preguntó a un periodista: “Si morimos mientras dormimos... ¿nos dolerá?”
¿Cómo responderle a una niña que ha visto más muerte que luz de día? ¿Cómo decirle que morir, despierta o dormida, es siempre una tragedia?
El periodista optó por la crudeza más gentil: -No. No creo que duela nada, es mejor dormido-. La niña asintió en silencio y se marchó. El miedo no es una palabra que pueda describir lo que la gente siente en Gaza. Tras el colapso de las negociaciones para el alto al fuego, la Franja quedó sumida de nuevo en una película de terror sin fin. Ningún niño debería soportar tal brutalidad. Nadie debería temblar de impotencia, sabiendo que no puede proteger a los suyos, ni siquiera de sí mismo.
Desde hace dieciséis meses, el mundo asiste a un reguero de muerte, destrucción y humillación imposible de digerir para cualquiera que conserve un ápice de humanidad. Sin embargo, para la mayoría civilizada que conforma el Norte Global, el castigo inclemente que sufre Gaza no solo es aceptable, sino justificado. Frente a esta hecatombe, la comunidad internacional se limita a observar: aunque algunas voces hayan denunciado el genocidio, como Sudáfrica y sus aliados en la Corte Internacional de Justicia de la Haya, ningún Estado ha roto relaciones diplomáticas con Israel.
La aberración ha escalado a tal punto que, frente a crímenes de lesa humanidad documentados en tiempo real, el gobierno israelí insiste en su papel de víctima inmaculada: justifica a su ejército, repitiendo hasta el cansancio el mantra: “legítima defensa”. Para Netanyahu y los suyos, cualquier intento externo de responsabilizar a sus fuerzas represoras no es justicia, sino un ataque intolerable contra el eterno estatus de mártir que Israel reclama.
Es por esto por lo que, en el duelo de narrativas, la israelí siempre sale victoriosa. No por su veracidad, sino por su hegemonía: controla los grandes medios occidentales, que a su vez moldean la “verdad” permisible. El relato sionista ha secuestrado la opinión pública mundial; quien se desvíe de éste será tachado de antisemita. Esta versión prevalece pase lo que pase, sostenida por el mito de la “única democracia de Oriente Medio”, y les pregunto: ¿cómo va a ser democrático un Estado basado en la supremacía racial de una nación-religión que expulsa a los habitantes legítimos de la tierra y les prohíbe regresar a ella? Esta ficción colonial no resiste el más mínimo escrutinio de justicia. Es, simplemente, una infamia universal.
Para Estados Unidos y el proyecto sionista, lo intolerable es que Gaza siga resistiendo, que se niegue a desaparecer o a venderse. Pero esta inhumana confabulación no tiene por qué triunfar ni nunca lo hará…
“Vi a Gaza volar con alas de esmeraldas. En el lado de enfrente, extranjeros intercambian
regalos y brindan por la tierra de Palestina. En lugares que nadie ve, otros se conduelen por Gaza llena de sangre” (Mohamed Ahmed Bennis, fragmento, Vigilia de silencio).
POR DIEGO LATORRE LÓPEZ
@DIEGOLGPN
PAL