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La dependienta

Tiene todos los ingredientes para ser una historia de alienación, pero es exactamente lo contrario

La dependienta
Carlos Bravo Regidor / Radar de libros / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

“La dependienta” (Duomo Ediciones, 2019) es una novela discretamente subversiva, que convierte la banalidad laboral en el escenario de una reivindicación vital. La trama gira en torno a Keiko Furukura, una mujer de 36 años que lleva la mitad de su existencia trabajando por horas en una konbini, una tienda de conveniencia, en Tokio. Casi no tiene amigos, no tiene pareja ni tampoco hijos. La suya tiene todos los ingredientes para ser una historia de alienación, pero es exactamente lo contrario.

Keiko es, en muchos sentidos, una chica anómala. Desde niña, no lograba desempeñar el papel que su entorno le impone. Es demasiado honesta, no tiene filtros. Su familia, incómoda, no se cansa de instarla a ser “normal”. Pero Keiko no puede, no quiere y no sabe cómo. Con todo, al entrar a trabajar a un Smile Mart encuentra un dichoso refugio en la rutina. Ahí, con su uniforme y detrás de la caja registradora, Keiko logra parecer ordinaria. La tienda no es el predecible símbolo de la deshumanización capitalista, es un espacio de realización personal. Keiko encuentra la autonomía y la serenidad en su rol de dependienta. El trabajo no la explota ni le quita agencia, le ofrece un lugar y un libreto que le permiten habitar el mundo en paz.

La prosa de Sayaka Murata (Inzai, 1979) es sobria, ingeniosa y sutil. Las observaciones críticas de Keiko sobre los rituales sociales—las citas, el ascenso profesional, la maternidad—son hilarantes por su simplicidad y precisión. Desde el radicalismo silencioso de su cotidianidad, ella no tiene grandes ambiciones ni ansía sublevarse, sólo aspira a que la dejen ser rara y, aun así, feliz. Para ella, la conformidad no siempre tiene que ser una tiranía, puede ser una inesperada liberación.

Al mismo tiempo irónica y compasiva, Murata nunca patologiza a Keiko. Su personaje encarna, por el contrario, un mordaz cuestionamiento contra lo patológicamente estrechas que suelen ser las definiciones sociales de la “normalidad”. En un cultura obsesionada con la competencia, la productividad y la acumulación, la resignada tranquilidad de Keiko es un acto lúcidamente revolucionario. Keiko no se enreda en largos ni atormentados monólogos interiores. Más bien es en su escrupulosa atención a los sonidos, olores y códigos de la tienda, en la disposición perfecta de los onigiri, en el tintineo de la puerta automática, en la coreografía de reponer constantemente las estanterías, ahí es donde Keiko accede a una especie de nirvana.

En las antípodas de una feroz sátira contra las dinámicas laborales o los entornos corporativos –pienso, por ejemplo, en “Recursos Humanos” de Antonio Ortuño (Anagrama, 2007) – “La dependienta” propone reconsiderar el trabajo, por nimio o insignificante que parezca, como una fuente no sólo de identidad sino de pertenencia y redención. La de Murata es también una novela de rebeldía, pero no desde la furia sino desde la ternura.  

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@carlosbravoreg

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