Hace 87 años, el General Lázaro Cárdenas tomó una decisión histórica: recuperar el petróleo para la nación. Pero no lo hizo solo, lo hizo con el respaldo de todo un pueblo que entendió que esta lucha no era solo por un recurso, sino por la dignidad y el futuro de México. Nuestras abuelas y abuelos cuentan cómo la gente llevó lo que tenía —gallinas, anillos de boda, ahorros humildes— para pagar la deuda y asegurar que el petróleo fuera realmente del pueblo de México.
Porque sabían que no era un asunto de dinero, sino de justicia. Recuperar el petróleo era garantizar que los recursos del país sirvieran a su gente y no a los intereses de unos cuantos que buscaban enriquecerse. Porque cuando la riqueza de una nación se utiliza sobre todo para beneficiar a los muchos, se traduce en escuelas, hospitales, caminos y bienestar.
Hoy, más de ocho décadas después, la historia nos ha demostrado que los enemigos de la soberanía nacional no descansan. Durante el periodo neoliberal, bajo el discurso de la modernidad, intentaron a través de muchas acciones desmantelar Pemex y la Comisión Federal de Electricidad (CFE), dejando en manos de empresas extranjeras lo que por derecho es del pueblo de México. Nos vendieron la mentira de que la inversión privada traería desarrollo, pero la realidad fue otra: corrupción, especulación y un Pemex endeudado mientras unos cuantos se llenaban los bolsillos con negocios millonarios.
El golpe más fuerte llegó en 2013, cuando Peña Nieto y su reforma energética abrieron la puerta a los intereses privados. ¿El resultado? Se entregaron bloques completos de territorio nacional, Pemex a quien habían estado quebrando durante varios sexenios, se endeudó hasta el cuello y la producción cayó en picada. Las promesas de precios bajos en la gasolina nunca llegaron, pero las cuentas bancarias de unos cuantos se llenaron. Desde los que recibieron moches para aprobar la reforma hasta los que metieron a sus empresas a explotar la infraestructura pagada con el dinero de nuestros padres y abuelos.
Y mientras esto sucedía y la izquierda protestaba en las calles, desde los medios de comunicación nos intentaban convencer de que ya no se podía hacer nada. Que el modelo privatizador era el único camino pues, decían, México no tenía capacidad para administrar su propia riqueza.
Pero en 2018, con la llegada de la Cuarta Transformación, se frenó el saqueo y comenzó la recuperación de nuestra soberanía energética. Se redujo la deuda de Pemex, se fortaleció la CFE y, lo más importante, se puso en marcha una reforma constitucional para que nunca más intenten vender nuestra riqueza al mejor postor.
A pesar de que la oposición quiso a toda costa frenar la recuperación de la soberanía energética y durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador votó en contra, hoy gracias a la reforma impulsada por la presidenta Claudia Sheinbaum, Pemex y CFE están protegidas en la Constitución como empresas estratégicas del Estado. Se acabó la excusa de que eran monopolios: ahora queda claro que su papel es garantizar energía para el desarrollo de México y no para el lucro de unos cuantos.
Y esto no es un asunto menor. Sin soberanía energética, no hay independencia. Si no controlamos nuestros propios recursos, quedamos a merced de quienes solo buscan sus ganancias, sin importarles el bienestar del pueblo. Por eso es tan importante lo que hemos logrado. Por eso es fundamental que el petróleo siga siendo nuestro, que la electricidad llegue a todos como un derecho y no como un privilegio.
Hoy esa lucha sigue viva. Y la soberanía no se negocia.
POR CAMILA MARTÍNEZ GUTIÉRREZ
SECRETARIA DE COMUNICACIÓN, DIFUSIÓN Y PROPAGANDA DE MORENA
@SOYCAMMARTINEZ
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