Un día en la escuela, un niño de mi salón creyó que era una buena idea molestarme por mi físico. Honestamente no me acuerdo de su nombre, pero sí recuerdo perfectamente el momento en el que se me acercó, me encaró y me dijo con toda intención de lastimarme: “¡Cállate, pecas!”. El pobrecito no calculó algunos detalles: que odio que me callen, que tengo una mecha muy corta y que tenía mi lonchera en la mano, misma que voló por los aires y aterrizó con la esquinita en su nariz. Sí, hubo sangre, hubo regaños en la oficina de la directora, pero nunca nadie más se atrevió a meterse con mi moteada pigmentación. No tuve tiempo de pensar en que las niñas bonitas no se enojan y no se defienden, aunque todos los adultos de mi alrededor me lo recordaran cien veces (hasta mis papás, en público; en privado, entre risas, me dijeron: “no te dejes”, y les creí).
Desde niñas nos enseñan a pedir permiso: pedir permiso para hablar, para opinar, para ocupar un espacio. Nos enseñaron que teníamos que encajar y para encajar había que medir nuestras palabras y nuestros actos, había que contenernos en envases pequeños, manejables, aceptables. Se nos dice una y otra vez que una niña bonita es discreta, modesta, prudente y, obviamente, calladita.
Pero, ¿qué pasa cuando dejamos de pedir permiso? ¿Qué ocurre cuando una mujer se planta en el mundo sin la preocupación de ser validada? Se vuelve peligrosa.
Lo ha dicho Mohadesa Najumi: “La mujer que no necesita validación de nadie es el individuo más temido del planeta”. Porque cuando una mujer deja de buscar aprobación externa y confía plenamente en su criterio, en su fuerza y en su voz, deja de ser moldeable, deja de ser complaciente. Se convierte en alguien imposible de controlar, en una fuerza que desafía las normas impuestas y redefine los espacios a su manera.
Se nos ha taladrado en el cerebro que el poder tiene un solo molde. Que la seguridad en nosotras mismas es arrogancia. Que la ambición es un defecto. Que el liderazgo, si no es suave y maternal, es un problema. Pero algo está cambiando. Ante un mundo que insiste en retroceder, en limitar nuestros espacios, en agredir nuestras libertades, la respuesta está siendo irreversible.
Hoy no vamos a pedir permiso para brillar. No vamos a encogernos para hacer que otros se sientan más grandes. No vamos a seguir esperando el momento "adecuado" para reclamar nuestro espacio, porque ese momento es ahora. No vamos a hablar más bajo ni a dudar de nuestra voz. Porque el mundo necesita mujeres que se muevan con la certeza de que su existencia es valiosa, que hablen con la convicción de que sus palabras importan, que sueñen sin límites porque saben que su potencial es infinito y absolutamente necesario para enderezar el rumbo.
Se nos ha dicho que ser amadas es más importante que ser respetadas, que ser queridas es mejor que ser poderosas. Pero hoy no vamos a elegir entre estas opciones. Hoy vamos a existir con plenitud, con la claridad de que no nacimos para encajar en moldes prefabricados, sino para crear nuestros propios espacios, nuestros propios caminos.
El mundo no sabe qué hacer con una mujer que se elige a sí misma, que no se disculpa por su ambición ni minimiza su voz para que otros se sientan cómodos. Nos etiquetan como intensas, difíciles, intransigentes. A Margaret Thatcher la llamaron "la Dama de Hierro" para descalificar su firmeza, a Serena Williams la han acusado de ser "demasiado emocional" por exigir justicia en la cancha, y a muchas líderes actuales se les tilda de "problemáticas" por negarse a ser complacientes (incluyéndome). Estas etiquetas no son aleatorias; son herramientas diseñadas para frenar nuestra determinación. Nos ponen adjetivos diseñados para hacernos retroceder, para que dudemos, para que nos cuestionemos si quizás sí estamos siendo demasiado.
¿Y qué?
No veo nada malo en querer más, en ser más. No hay nada equivocado en alzar la voz y puntualizar lo que claramente no va bien. No hay nada de lo que debamos disculparnos. La verdadera transgresión es caminar sin miedo, hablar con seguridad y existir sin la necesidad de que se nos otorgue permiso para hacerlo. Nos toca construir nuestros propios reinos. Tenemos esa responsabilidad. Hazlo sin titubear, sin disculpas y sin miedo. Alza la voz, exige tus derechos y apoya a otras en el camino. El cambio comienza contigo.
Así que ocupa tu lugar. Es tuyo por derecho. Y si puedes, abre camino para las que vienen detrás.
POR CLAUDIA LUNA
PAL