Con la cautela debida y a pesar de la prevaleciente incertidumbre sobre los verdaderos planes de Trump, no cabe duda de que la Presidenta Sheinbaum y su equipo merecen el reconocimiento por haber logrado posponer la aplicación unilateral de aranceles a los productos mexicanos por parte de los Estados Unidos. Como en toda negociación, el acuerdo tuvo costos y la Presidenta ordenó de inmediato el traslado de 10,000 efectivos a la frontera norte. Cierto que la espada de Damocles sigue presente, pero en estos casos el tiempo para dialogar es fundamental.
La presidenta tuvo la posibilidad de capitalizar con creces el acuerdo con Estados Unidos para el fortalecimiento de su liderazgo. Incluso la oposición había llamado a la unidad en apoyo a los oficios gubernamentales. Además, a pesar de que García Harfuch insiste en que se está aplicando la misma política de seguridad del gobierno pasado, los “abrazos” desaparecieron del discurso y los números apuntan a una estrategia novedosa.
El hecho es que a pesar de la cantidad de frentes abiertos que tiene la Presidenta, incluyendo el desaseo en la organización de la elección de los integrantes del Poder Judicial que tendrá lugar dentro de 114 días, el lunes pasado Sheinbaum tuvo uno de los mejores momentos de lo que va de su gobierno. Pudo ser el despegue de una actitud que la mostrara como una mujer estadista. Después de todo, tampoco se puede negar que ha intentado abrir espacios de diálogo con algunos sectores sociales, aunque no con la oposición.
Sin embargo, el 5 de febrero sirvió para volver a mostrar el estilo y posiciones a las que ya nos tiene acostumbrados la actual administración. Al no invitar a la Corte en pleno a un acto de la República como es la conmemoración del 108 aniversario de la Constitución de 1917, la Presidenta revive la imagen de quien busca centralizar el poder y el Estado solo es ella y sus seguidores. Por eso solo invitó a las tres ministras que están dispuestas a votar a favor de sus posiciones.
Con este acto, la Presidenta se percibe a sí misma como una autoridad por encima de las instituciones, sin importar la división de poderes y el valor que debe tener cada uno de los tres poderes de la Unión. Cuando explicó su decisión en la mañanera dijo que “Somos republicanos y respetuosos, pero también pedimos respeto”. Olvidó decir que somos demócratas.
El éxito ante Trump no alcanza para sostener internamente una decisión como humillar desde el Poder Ejecutivo al Poder Judicial. Una decisión así, inspirada o tomada por cualquier funcionario público, sería un acto de mezquindad, pero tristemente, al ser tomada por la Presidenta de la República, solo muestra la cortedad de miras en la construcción de un liderazgo novedoso que se separe de la herencia nociva de administración pasada. La Presidenta perdió otra oportunidad para mostrarse como una gran estadista y solo revive la percepción del afán por centralizar el poder.
POR ARTURO SÁNCHEZ GUTIÉRREZ
Profesor Investigador, Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno Tecnológico de Monterrey
@ArturoSanchezG
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