La absurda insistencia, incluso en sostener a un gobernador como Rocha Moya a pesar de lo que se sabe de él y también, claro, el desprecio obradorista por las relaciones exteriores que impidió promover los intereses de nuestro país en lugares donde interesa como Estados Unidos.
Como si se tratara de una telenovela en la que la heroína va descubriendo la herencia maldita que le dejó su padre, a quien idolatraba por encima de todas las cosas, y se encuentra con un verdadero desastre que incluye deudas por todos lados, la casa cayéndose, muchos de los habitantes de la casa furiosos unos con otros y mentiras, muchas mentiras sobre lo que el hombre le decía a su princesa elegida que era un castillo fabuloso en el que bastaba estar para ser feliz.
Nuestra heroína constata con tristeza las mentiras, el castillo que no es sólido sino de cartulina y cada día se convence más de que en realidad es dueña de nada, tuvo una herencia maldita que le impide hacer su vida. Desgraciadamente para ella no puede negar su historia, el amor filial, el ser la heredera. Le queda su carácter y determinación para ir en búsqueda de la felicidad anhelada que tanto le platicó aquel hombre mezcla de padre y abuelo, amigo y confidente que con su desaparición tiró el castillo de naipes como para dejar claro que todo dependía de él.
En efecto, todo parece indicar que el legado que le dejó López Obrador a Claudia Sheinbaum se trata de una herencia maldita. Por un lado, la complejidad de un movimiento que nada más se organizó en torno a un liderazgo personal y que parece saber cómo moverse por sí mismo. Para empezar, no tienen ni reglas, ni nada a qué atenerse salvo a los liderazgos individuales, lo que obviamente genera pleitos constantes, para colmo dejó a su hijo de sangre a cargo del movimiento ¿quién será el valiente que se atreva a cuestionar al “otro heredero”? Y por el otro el desastre que fue aquella administración.
Los seis años del lópezobradorato fueron diseñados para la destrucción. Sin embargo, todavía encontró contrapesos institucionales que en algo detuvieron su empeño destructor. Pero llegó la mayoría y en tan solo tres meses devastó lo que quedaba de pie. Para esto contó con el apoyo y la aprobación de la nombrada heredera. El problema, siempre hay un problema con las herencias, fueron los socios y vecinos. Los tiempos cambian, pero en el palacio de morenista nadie se dio cuenta. Todos contentos con la destrucción y viéndose al ombligo creyendo que eran indestructibles. Cuando llegó Trump y descolocó todo. Sí para desgracia de Sheinbaum pero también de todo el país.
La herencia maldita traía el deliberado y escandaloso abandono del combate al crimen organizado que nada más fortaleció a las bandas delincuenciales y zonas de la nación a expensas de la extorsión y el control criminal; las visitas López Obrador a la tierra de El Chapo como si se tratara de algo divertido y a la vez atrevido (fueron cinco visitas; la supresión de la fuerza policial, la connivencia con mandos estatales y municipales que se sabía colaboraban con el crimen. La absurda insistencia, incluso de la presidenta, en sostener a un gobernador como Rocha Moya a pesar de lo que se sabe de él y también, claro, el desprecio obradorista por las relaciones exteriores que impidió promover los intereses de nuestro país en lugares donde interesa como Estados Unidos.
Más allá de la inteligente y mesurada negociación de la presidenta (que no tiene la culpa de los arranques virulentos de un narciso desaforado), parece que también hay que arreglar ciertas cosas en casa que no están como se pensaba. Cosas de la herencia maldita: ahora hay que pagar los platos rotos que dejó el anterior. Ojalá fueran los platos. Parece que rompió toda la vajilla.
POR JUAN IGNACIO ZAVALA
COLABORADOR
@JUANIZAVALA
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