Un completo desconocido, relato de los inicios profesionales de Bob Dylan, es mejor película de lo que sus credenciales indican. Cierto es que el biopic musical es uno de los géneros más convencionales y predecibles que Hollywood ha inventado –de Ray Charles a Elton John todas las estrellas parecieran haber seguido la misma trayectoria– y que el director de ésta, James Mangold, tiene en su haber una especialmente pedestre: Walk the Line (2005), en que la notable actuación de Joaquin Phoenix como Johnny Cash se ve desperdiciada en una narrativa previsible y formulaica.
La cinta sobre Dylan es redimida, más que por la manera en que es contada –nada nuevo aquí–, por el episodio de la vida del músico que elige como su clímax: su presentación en la edición 1965 del Newport Folk Festival, donde su abandono de las coordenadas del folk progre entonces en boga –instrumentación mínima y acústica, letras de coyuntura política– en favor de un nuevo lenguaje –sonido en diálogo con el rock y el blues, instrumentación rica y eléctrica, letras más abstractas y complejas– le valiera ser abucheado por gran parte de la audiencia que hasta entonces lo había considerado su héroe cultural.
A diferencia del Todd Haynes de I’m Not There (2007) –relevante y hermosa parábola polifónica y polisémica sobre la figura de Dylan–, Mangold es artesano, no artista. Su solvencia, sin embargo, alcanza para mostrar una realidad perturbadora: surgido en repudio y alternativa a la intolerancia, la cerrazón y la homogeneidad del mainstream político y cultural, el folk terminaría por encarnar lo que combatia: un dogma sordo al cambio, borracho de consignas.
Apenas 24 horas después de ver la película, rumiando todavía la anécdota que explora, una colega me cuenta los recientes derroteros de la audiencia del medio en que trabaja, uno que ha enarbolado desde 2018 una defensa de los valores democráticos y sus mecanismos, destruidos o en vías de destrucción en México y otros países. A todo programa que cuestiona las acciones del presidente Trump sigue un aluvión de acusaciones de haberse “vendido a la 4T” y estar haciéndole “el caldo gordo a Claudia”. Todo comentario que condena los excesos libertarios y la retórica incendiaria de Javier Milei es acogido con acusaciones de “comunismo”. Y a cada cuestionamiento a las decisiones de Benjamín Netanyahu en Gaza corresponderá un señalamiento de “antisemitismo”.
Otras 12 horas más tarde me entero de que el INE ha aceptado la solicitud de registro como partido político nacional de una organización llamada Movimiento Viva México, defensora de “la vida, la familia y la libertad” y encabezada por el activista de derecha radical Eduardo Verástegui.
¿Cómo llegamos aquí? ¿En qué momento la agenda de la oposición mexicana recaló ahí? The answer, my friend, is…
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
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